jueves, 29 de julio de 2010

Siempre nos quedará Munich


El verano de 2oo2, no se parecía ni por asomo al que actualmente estamos viviendo. Aquel año no ganamos Wimbledon (Nadal todavía era un chaval de 16 años), ni el Tour de Francia (era la "dictadura" de Armstrong). En fútbol, seguíamos estancados en la maldita barrera de los cuartos de final. Y en baloncesto, nuestros "juniors de oro" todavía estaban asentándose, por lo que ser favoritos en un Mundial todavía era una quimera.


Sin embargo, el mes de agosto nos tenía reservado un momento glorioso. Se disputaba en Munich, el XVIII Campeonato de Europa de Atletismo al aire libre. La selección española acudía con una numerosa representación y con grandes expectativas a la cita continental. Muchos de nuestros mejores atletas se encontraban en su madurez, lo cual hacía presagiar un buen” botín” de medallas.


La jornada inaugural no parecía empezar con buen pie. El capitán del equipo, Manolo Martínez, no conseguía medalla en el lanzamiento de peso, a pesar de ser uno los grandes favoritos para colgarse un metal. Decepción para comenzar. Pero la tarde se iba a arreglar. Y de que manera. En los 20 km marcha “Paquillo” Fernández se alzaba con el oro y Juan Manuel Molina con el bronce. El camino estaba abierto.


En las pruebas de fondo y medio fondo, los nuestros fueron unos gigantes. En los 10.000 metros, otro doblete oro-bronce de la mano de “Chema” Martínez y José Ríos, en una carrera preciosa bajo la lluvia. Idéntico resultado en los 3.000 metros obstáculos para Luis Miguel Martín (bronce) y Antonio Jiménez Pentinel, “Penti” (oro), batiendo al holandés Vroemen en la recta final. En el 5.000, oro para Alberto García demostrando un dominio absoluto de la prueba. Y en la prueba reina del medio fondo, el 1.500, plata amarga para Reyes Estévez en un final polémico ante el francés Baala, en el que fue necesaria la foto-finish.


Las medallas caían una tras otra en el Olympiastadion de la ciudad bávara. En la maratón y en el salto de longitud, bronce para Julio Rey y Yago Lamela, respectivamente, que supo a poco por el potencial de ambos atletas. Mismo resultado para el eterno Jesús Ángel García Bragado en los 50 km marcha. Y cerrando nuestro medallero masculino, David Canal con una meritoria plata en los 400 metros lisos.


Las chicas no iban a ser menos. La nigeriana, nacionalizada española, Glory Alozie conseguía el primer oro de una atleta española en los 100 metros vallas. La gran Marta Domínguez se coronó como reina de Europa con uno oro en los 5.000 metros, en un final agónico ante la irlandesa Sonia O´Sullivan. Otra luchadora, Mayte Martínez, se llevó la plata en los 800 metros, una prueba siempre complicada.


En total 15 medallas (6 oros, 3 platas y 6 bronces) que valieron el segundo puesto en el medallero, sólo superados por Rusia. La mejor actuación del atletismo español en toda su historia. Debido, en buena parte, al gran momento que ahora vive nuestro deporte, en los Europeos de Barcelona, se ha fijado como objetivo superar o igualar esa marca. Una empresa difícil, más aún viendo el discreto comienzo de los españoles. Pase lo que pase, siempre nos quedará Munich. El lugar donde nuestro atletismo tocó el cielo con las manos.

martes, 27 de julio de 2010

Por siempre, Raúl


Una mañana de domingo acudí con mi padre a la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid. Era la primera vez que estaba allí. Creo que era un 16 de octubre de 1994. Recuerdo que era un día soleado con una temperatura agradable. Con diez años de existencia recién cumplidos, el fútbol ya era algo cotidiano en mi vida y amenazaba con convertirse en una verdadera obsesión.


Se jugaba un Real Madrid “C”-Corralejo del grupo I de la Segunda División B. En el banquillo del conjunto blanco se sentaba “Toni” Grande. Presente en el palco, el gran Vicente del Bosque, entonces máximo responsable de las categorías inferiores del Real Madrid. En las gradas unos 200 privilegiados nos disponíamos a disfrutar de un buen partido por un módico precio: 300 pesetas.


Se adelantó el Corralejo en el marcador, pero el partido no tuvo color. Ganó el Real Madrid por 7 a 1, demostrando una gran superioridad sobre el modesto equipo canario. Pero el gran protagonista del encuentro, con cinco goles, fue uno de los delanteros del conjunto blanco. Llevaba el 7 a la espalda y respondía al nombre de Raúl. Su acierto de cara a la portería y su influencia en el juego del equipo, nos mostraba que estábamos ante un auténtico jugadorazo.

Con el paso de los minutos mi padre y yo percibimos que muchos de los presentes ya le conocían y que su actuación no les extrañaba lo más mínimo. Alguien nos comentó que el tal Raúl tenía 17 años y que ya llevaba 13 goles en 8 partidos. Un fenómeno. Volviendo a casa, comentábamos impresionados lo que acabábamos de ver. Los dos coincidíamos en que aquel joven el próximo año estaría en el primer equipo. ¡Qué equivocados estábamos!

Dos semanas después, aquel chaval de Villaverde recibía la llamada de Jorge Valdano, entrenador del primer equipo, para viajar a Zaragoza y jugar contra el conjunto maño. El técnico argentino se atrevió, incluso, a alinearlo de inicio en un partido de liga. Raúl realizó un partido completo, con una asistencia, pero falló dos ocasiones de gol clarísimas. A la semana siguiente no perdonó y marcó su primer gol en primera división ante el Atlético de Madrid. A partir de aquí, todos conocen la historia.


Ahora, en el momento de su despedida del Real Madrid, resulta complicado escribir estas líneas. Para gente como yo, la mayor parte de nuestros recuerdos futbolísticos están asociados a la figura de Raúl. Con él, hemos crecido y nos convertimos en adultos. Durante 16 años hemos visto como coleccionaba títulos; jugar 803 partidos y anotar 367 goles (entre el Madrid y la selección española), el último en La Romareda, el estadio que le vio debutar.


Asistimos a su consagración como símbolo del madridismo. Pero por encima de todo, le vimos luchar sin desmayo sobre el campo, ya sea con el Real Madrid o con “la Roja”, dando siempre un ejemplo de caballerosidad y deportividad allá donde fuera. Con él hemos disfrutado en las victorias y sufrido en las derrotas. Pero siempre con dignidad y respeto por el contrario. Idolatrado por su afición y respetado por los rivales.


Todos sabíamos que este momento, tarde o temprano, tenía que llegar. Aún así resultará muy extraño no volver a verle con la camiseta madridista. Desde aquí no encuentro mejor forma de rendirle homenaje, que recordar el día que le descubrí. Lo de ayer no era un adiós, sino un “hasta luego”. Sé que volveremos a verte por aquí. Gracias por todo Raúl.

domingo, 25 de julio de 2010

Sin sufrimiento no hay victoria


Quien algo quiere, algo le cuesta. Alberto Contador tuvo que sufrir, y mucho. El corredor español conquistó su tercer Tour de Francia por un margen de 39 segundos sobre Andy Schleck (la cuarta menor diferencia de la historia). El destino, caprichoso, ha querido que la victoria se decida por la misma renta que el madrileño obtuvo el día del ya célebre “salto” de cadena. Sin embargo, los dos adversarios coinciden en que aquel incidente no ha influido en el resultado final.

Contador salía desde Burdeos con sólo ocho segundos sobre su gran rival, pero sabedor de sus mejores prestaciones en la lucha individual contra el crono. Nada hacía presagiar el mal rato que tendría que pasar. Al paso por el primer punto intermedio, Alberto y Andy rodaban muy parejos, lo que ya era toda una sorpresa. Pero en el kilómetro 25, el de Luxemburgo aventajaba en siete segundos al maillot amarillo. En la general virtual sólo les separaba un segundo. El Tour en un puño. La carrera parecía dar un giro inesperado.


En el coche de Astaná surge la duda: ¿le decimos la verdad o le engañamos? En las pruebas cronometradas es muy frecuente “adulterar” las diferencias con el objetivo de motivar al corredor. En la cabeza de Contador desconcierto total: “He sufrido muchísimo con las referencias. Llegó un momento en que no sabía si las referencias eran de verdad o me mentían. Llegué a dar todo por perdido”, dijo. Para Schleck, los tiempos parciales debieron ser un “subidón”, un “chute” de adrenalina. El Tour podía ser suyo.


En ese momento hizo su aparición un invitado siempre incómodo: el viento. Fuerte y contrario a los ciclistas comenzó a hacer estragos. Contador, más especialista que Schleck, se acopló mejor a la bicicleta y poco a poco los segundos fueron cayendo a su favor. En Pauillac Andy entregaba 31 segundos, Alberto resoplaba. Su tercer Tour estaba a salvo. En el otro duelo Samuel Sánchez-Menchov, por el tercer puesto, no hubo color. Desde el primer momento, el ruso se adueñó del último puesto del cajón. La etapa para Fabian Cancellara, sólo Tony Martin, inquietó a la “locomotora” suiza.


Balance

Finaliza uno de los “Tours” más igualados que se recuerdan. La diferencia entre Contador y Schleck en la general, nunca fue superior al minuto durante las tres semanas de competición. Si en el prólogo el madrileño sacaba 42 segundos, en el pavés Andy le metía 1:13. Los 10 segundos a favor de Schleck en la cima de Avoriaz, los devolvía Alberto en Mende. Los 39 segundos del “cadenazo” y la crono del penúltimo día hicieron el resto.


El duelo entre español y luxemburgués, unido a su juventud (27 y 25 años respectivamente) nos augura más emociones de cara a las próximas ediciones. Este podría ser el inicio de una de esas rivalidades históricas. Las incógnitas que muchos se plantean, irán desde si la amistad entre los dos contendientes nos privará de un mayor espectáculo; hasta saber si la estrecha relación soportará más capítulos como los de la recién terminada edición.

Estas tres semanas nos dejan otra conclusión: el final de una generación. Con el adiós definitivo de Armstrong, el ocaso de gente como Leipheimer, Kloden, Sastre Evans o Basso y las dudas que despierta Menchov, a pesar del tercer puesto, el relevo parece consumado. Esperemos que el Tour y el ciclismo en general, no se convierta en esa “patraña de niñatos” que apuntaba Carlos Sastre.

viernes, 23 de julio de 2010

Momentos épicos: Ocaña, el azote de "El Caníbal"


Cuenta la leyenda que en la París-Niza de 1971 rodaban Ocaña y Merckx, los dos juntos, cuando el belga se puso a silbar. El español se acercó y le dijo: “Silba ahora que puedes. Llegarán días en que no puedas hacerlo. Yo me encargaré de que esos días lleguen”. Así era Luis Ocaña. Ante todo un ciclista valiente, temperamental y visceral. Siempre al ataque. El segundo español en conquistar el Tour de Francia (1973). Ocaña debió ganar otro Tour, el del 71. Pero la diosa Fortuna se lo arrebató.

En los años setenta el ciclismo vivía bajo la dictadura de Eddy Merckx, “El Caníbal”. Para muchos el mejor ciclista de todos los tiempos. Un hombre con una ambición infinita, sin ninguna concesión y que ganaba todo lo que se proponía. Todos temían al belga, nadie se atrevía a toserle, excepto Ocaña. El “español de Mont Marsan”, nacido en Priego (Cuenca), sabía como derrotarle: “Para ganar a Merckx hay que atacar todo el tiempo y hacer la carrera dura”.


Dicho y hecho. Luis Ocaña planteó el Tour del 71 como una ofensiva total sobre el campeón belga. Atacó en todos los terrenos, sin descanso. Su coraje y su vehemencia alcanzaron aquel año límites insospechados. En los Alpes llegó su gran oportunidad. La etapa que terminaba en Orcières-Merlette, pasó a la historia como el día en que el español “noqueó” a Merckx. Ocaña, imparable, destrozó al belga con un ataque demoledor, metiéndole 8:42 en la meta. Era la primera gran derrota de “El Caníbal” Luis era el nuevo maillot amarillo y todos coincidían en que era el hombre más fuerte de la carrera.


Pero Merckx no se iba a rendir, ni mucho menos. Su orgullo de campeón estaba herido y eso le hacía más peligroso. Al día siguiente, camino de Marsella atacó en un descenso. La contrarreloj de Albi era otra oportunidad para reducir diferencias con Ocaña. Pero el maillot amarillo estaba inconmensurable, no cedía lo más mínimo. Aunque todavía quedaban los Pirineos, sólo una catástrofe podía impedir su victoria.


14ª etapa entre Revel y Luchon. Eddy Merckx intentaba por todos los medios descolgar a Ocaña. Una gran tormenta sacudía a los ciclistas. El descenso del col de Menté se convirtió en un río de de agua y barro. Merckx se lanzaba a tumba abierta, el maillot amarillo tras él. En una curva los dos se salen, el español cae al suelo. Cuando intentaba reanudar la marcha, Joop Zoetemelk, que había perdido el control, se lo lleva por delante. Ocaña ya no se volvió a levantar. El maillot amarillo quedó tendido dn la cuneta, roto, retorciéndose de dolor sobre aquel manto arcilloso.


Mientras Luis Ocaña era trasladado al hospital, Eddy Merckx llegaba a la meta de Luchon, algunos desconsiderados le lanzaron piedras en el Portillon. A la mañana siguiente, el belga se negó a llevar el maillot amarillo en señal de respeto: “No me pertenece, habría preferido quedar segundo después de una dura batalla, que ganar en estas condiciones. Será una victoria manchada para siempre”. Habían sido necesarias una tormenta y una dosis de mala suerte para tumbar a Ocaña.

jueves, 22 de julio de 2010

Amigos para siempre


A estas horas muchos pensarán, decepcionados, que Contador debió vencer en la cima del Tourmalet. Otros, en cambio, opinarán que hizo lo correcto: dejarse ganar, como tantas veces hizo Induráin. Nunca se pondrán de acuerdo, al igual que con el incidente de la cadena en el Balés. Lo único claro, con la gloria o no de la etapa, es que Alberto tiene más de medio Tour en el bolsillo y sólo una hecatombe podrá hacer que lo pierda.

Era el día esperado por todos los aficionados, el caramelo más dulce. Por eso esta vez no hubo concesiones. Se formó una escapada, pero detrás se cocinaba el Tour. Estaba en juego el maillot amarillo y el premio incluía la victoria parcial. A la trascendencia de la etapa, se sumaron dos ingredientes especiales que otorgaban mayor épica: la lluvia y la niebla en la cima de los puertos.


Por el camino vimos el enésimo intento de Carlos Sastre en busca de la gloria y un susto monumental: Samuel Sánchez se fue al suelo y por unos instantes se temió por su continuidad en carrera. Por suerte, los ciclistas están hechos de otra pasta y el líder de Euskaltel se reincorporó a la carrera. Así se llegó al pie del Col du Tourmalet. Con el pelotón pisando los talones de los fugados. Sólo el campeón ruso, Kolobnev, oponía resistencia.


Saxo Bank marcaba el ritmo. Contador a rueda de su gran rival: “cuando tú quieras, Andy”. El luxemburgués no tardó en atacar, se sentía pletórico. Tras él, el sólido líder dispuesto a no ceder lo más mínimo. Un voluntarioso Joaquim Rodríguez intentó agarrarse a la dupla, pero tuvo que desistir, aquello era una locura, el aspirante había metido el “turbo”. La niebla comenzaba a apoderarse de la escena. Los dos amigos y adversarios solos, frente a frente, en la montaña.


Schleck se propuso marcar un ritmo axfisiante, constante, sin mirar atrás. Contador tenía que caer por agotamiento. Quedaban diez kilómetros para la meta, suficiente distancia para ganar el Tour. De vez en cuando, subía un puntito más la velocidad, pero el madrileño respondía a la perfección. Cualquier signo de debilidad, por pequeño que fuese, daría alas al maillot blanco, dispuesto a hacer saltar la banca. Al rato, Andy comenzó a hacer gestos con la cabeza, invitando a su rival a coger el relevo. Pero Alberto no quería saber nada, ni siquiera le miraba. Era una guerra psicológica.


A tres kilómetros del final, el de Pinto lanzó su único ataque, tal vez con la intención de aplacar al menor de los Schleck y que desistiera en su ofensiva. Los dos se presentaron en la cima del Tourmalet, majestuoso, abarrotado de público. Ganó Andy, con el beneplácito de Contador. A lo mejor pensaba en cerrar definitivamente la herida del día de la cadena (si es que estaba obligado), templar los ánimos y los pitos en el podio o simplemente le pareció que disputar y ganar la etapa no era de caballeros. Sea como sea, la tercera corona en París está más cerca. Sólo son tres días.

martes, 20 de julio de 2010

La última fuga



Lance Armstrong está recuperando durante este Tour, sensaciones ya olvidadas. Aquellas que sentía antes de padecer cáncer, cuando todavía no era aquel ciclista indestructible. Largas jornadas sin otra motivación que llegar a meta evitando el fuera de control, esperando tu oportunidad, el momento de gloria. Como en Verdún en 1993, cuando consiguió su primera etapa, o en Limoges dos años después, donde dedicaba la victoria a su compañero Fabio Casartelli, fallecido días atrás en una fatídica caída.


Hoy volvía a ser el día. El americano se coló en la escapada buena. Por delante cuatro de las grandes cimas pirenaicas: Peyresourde, Aspin, Tourmalet y Aubisque. Durante el recorrido, Lance tuvo tiempo de despedirse, recordando los buenos tiempos: su ataque en Sestriere en el 99, el primero de sus siete Tours. Año 2000, coronando el Mont Ventoux junto a Pantani. Camino de Alpe D´Huez en 2001, donde simuló pasar un mal día para rematar a Ullrich más tarde. La ascensión a La Mongie en 2002, codo a codo con Beloki. En Luz Ardiden donde pasó del suelo al cielo en unos instantes en 2003, el Tour más difícil de todos. Certificando el sexto, en Plateau de Beille (2004). Cerrando el hito de los siete consecutivos en Courchevel (2005).


Este será el último Tour para Armstrong. Muchos no entendieron su regreso a la competición el año pasado. Algunos psicólogos aseguran que Lance necesitaba volver para sentirse derrotado, se sentía insatisfecho. Suena irónico. Tras ganar su séptimo Tour consecutivo, el texano decidió retirarse invicto. Todos los grandes: Anquetil, Merckx, Hinault, Induráin probaron el sabor de la derrota, todos hincaron la rodilla tarde o temprano, así entendieron que el momento de marcharse había llegado. Tras este año, Lance podrá irse tranquilo, está aprendiendo a perder, redescubriendo otro Tour, el de los jornaleros.


Hombres como Carlos Barredo, que aún no han probado las mieles del éxito en la ronda gala. El asturiano saltó del grupo de cabeza a más de 30 kilómetros de la meta. Rodando en solitario por la carretera, su ventaja nunca superó el minuto. Finalmente, fue capturado al paso por la pancarta de los últimos mil metros. El final más cruel para un escapado. Horas remando para morir en la orilla. En Pau fue Pierrick Fedrigo el que levantó los brazos. Sexta victoria francesa en este Tour en la ciudad más “española”: ocho victorias parciales para los nuestros a lo largo de la historia.


Mañana toca descanso antes de afrontar el esperado final de etapa en Tourmalet. Contador y Schleck volvieron a vigilarse de cerca, tras el “cadenazo” de ayer. En la mente de Alberto sólo cabe aferrarse al amarillo y coronarse por tercera vez en París. Dentro de Andy hay unas ganas tremendas de desquitarse. Rabia y bilis en el estómago, mucha bilis.

Cadena de favores

Cadena de favores es una película dirigida por Mimi Leder, en la que un niño imagina un curioso sistema para mejorar el mundo: hacer favores a la gente, incluso antes de que te los devuelvan. Es decir, no devolver favores, sino pagarlos por adelantado, y no necesariamente a quien te lo hizo a ti. Cuando a Andy Schleck se le salió la cadena en la última ascensión en pleno ataque, sin querer, estaba haciendo un enorme favor a Alberto Contador, el mismo que en la segunda etapa le esperó cuando el luxemburgués se había caído. El madrileño dijo en aquella ocasión: “he hecho lo que me gustaría que hicieran por mí”.

En la película, la cadena de favores no funcionaba así, pero la otra cadena, la de la bicicleta de Schleck, así lo quiso. Imposible predecir que este simple elemento provocaría semejante descalabro. A lo largo de la historia del Tour de Francia, hemos visto a corredores perder el maillot amarillo por varios motivos: caídas (Ocaña en 1971), lesiones (Simon en 1983), cortes (Rijs en 1995), enfermedad (Heulot en 1996), desfallecimiento (Landis en 2005), e incluso este mismo año vimos al líder sacrificando la preciada prenda en favor de un compañero (Cancellara). Pero lo que nunca podíamos imaginar era que una mera anécdota, como salirse la cadena, pudiera hacer perder el maillot jaune.


Todo sucedió en la ascensión al Balés. En esta ocasión, Astaná cedió la iniciativa a Saxo Bank. Uno por uno, los compañeros de Schleck fueron relevándose para endurecer la carrera, hasta que el luxemburgués decidió acelerar. Pero no era un ataque demoledor, sólo pretendía seleccionar el grupo. De esta forma, durante unos instantes sólo quedaron los cinco primeros de la general: Schleck, Contador, Samuel Sánchez, Menchov y Van den Broeck. El resto comenzaba a hacer la “goma”. Esta vez Andy Schleck dejó de ser la sombra de Contador, para convertirse en cabeza visible.


Tras un pequeño “impass” Andy volvió a la carga, ahora iba en serio, de pie sobre la bicicleta y con un ritmo diabólico. Vinokourov fue el primero en responder, detrás, Contador salía en busca del maillot amarillo. Pero sucedió lo inesperado, de repente la rueda trasera de Schleck pegó un bote y comenzó a dar pedaladas en falso. Había intentado cambiar de desarrollo en pleno ataque, al límite, y la cadena saltó por los aires. Alberto, que en ese momento llegaba a la altura del líder, salió disparado sin mirar atrás, sin volver la cabeza.


Presa de los nervios, el líder de Saxo Bank intentaba volver a colocar la cadena, una operación sencilla siempre que no estés a casi 2.000 metros de altitud, con 180 pulsaciones por minuto y con el corazón a punto de salirse por la boca. Por delante Contador, Menchov y Samuel Sánchez volaban hacia la cima como tres lobos salvajes, atraídos por el olor de la sangre. Cuando Schleck arrancó de nuevo, se inició una tremenda persecución. En la cima la diferencia rondaba los 20 segundos, el liderato en el aire.


La bajada se realizó a toda velocidad, por delante Contador se lanzaba a tumba abierta, secundado en algunos tramos por Samuel Sánchez, un auténtico kamikaze. El descenso de Andy no desmereció lo más mínimo, incluso todo un especialista como Vinokourov tenía problemas para seguirle. El maillot amarillo se iba a decidir por un pequeño detalle: una curva mal trazada, un frenazo de más. Al final, Schleck “entregaba” el maillot por ocho escasos segundos.


En Bagneres de Luchon todos buscaban las reacciones de los dos protagonistas. Andy furioso; Contador con cara de circunstancias “no he visto nada”. Horas más tarde Alberto pedía perdón, no tenía obligación de hacerlo, las averías también forman parte del ciclismo y es totalmente legítimo aprovecharse de la de un rival. Son muchas las ocasiones en las que en medio de una disputa, uno de los contendientes sufre algún percance. En estos casos el desenlace no siempre ha sido el mismo. Es muy difícil saber tomar la decisión correcta en esos momentos. Más aún cuando están por medio un Tour de Francia, una amistad y una cadena de favores.

lunes, 19 de julio de 2010

"Paradinha" en Ax3-Domaines


Sin previo aviso Alberto Contador redujo el ritmo y se apartó. Andy Schleck, “soldado” a la rueda del corredor de Pinto, repitió la misma operación con total normalidad. El resto del grupo, incrédulo, continuó hacia la cima sin los dos grandes candidatos al trono de París. Madrileño y luxemburgués se miraron sin mediar palabra. El primero pretendía liberarse así de su sombra; el segundo trataba de impedir que aquello trastocara sus planes de seguimiento.


La etapa se la adjudicó el francés Christophe Riblon, aprovechando la ventaja con la que coronó el terrible Pailheres en solitario, debido en buena parte, a que el pelotón no forzó la marcha hasta la ascensión final. Sólo un voluntarioso Carlos Sastre quiso animar la carrera en un intento de repetir su victoria en Ax3-Domaines en 2003. Fue allí, donde una vez más, Astaná tomó las riendas. Primero el sorprendente Dani Navarro, luego Paolo Tiralongo y por último Alexandre Vinokourov, fueron los encargados de castigar las piernas de sus acompañantes.


Cuando Contador lo estimó oportuno, probó al maillot amarillo, con dos aceleraciones, la segunda más furiosa y continuada que la primera. Schleck ya tenía el lazo echado a la Specialized del madrileño y no pasó dificultades para llegar a su altura. El resto de los elegidos lo hacía con cuentagotas, algunos favorecidos por la menor dureza del puerto. Después de sus intentos infructuosos por despegarse de Andy, Alberto se cansó de la vigilancia y procedió a efectuar la mencionada “paradinha”. Menchov y Samuel Sánchez no lo dudaron y aprovecharon la situación, sacando unos pocos segundos en la meta.


La maniobra del bicampeón del Tour de Francia, recuerda a una similar realizada por Pedro Delgado en la Vuelta a España de 1992. En aquella ocasión, Perico era sometido a una continua persecución a manos del líder, Jesús Montoya. El murciano tenía la orden expresa de su director Javier Mínguez, de no separarse ni un milímetro del segoviano. La paciencia de Delgado se agotó en una subida cuando, harto del estrecho marcaje, se paró y llegó a poner los pies en el suelo, desafiante. “¿Y ahora qué?” Montoya se detuvo tras él sumido en la más profunda confusión y no arrancó hasta que no obtuvo el permiso de su jefe. Una imagen esperpéntica.


En aquella Vuelta, Rominger aprovechó la disputa entre Perico y Montoya y se hizo con la victoria. Contador y Schleck están adentrándose en una dinámica parecida. Los dos se sienten los grandes dominadores de la carrera y con actitudes como la de ayer, pueden estar subestimando a otros rivales. Si siguen jugando al gato y al ratón, pueden llevarse una sorpresa desagradable. Tony Rominger ya no está aquí, pero sí Denis Menchov, un “gigante” dormido que podría envalentonarse. Hoy, segundo asalto en los Pirineos.

sábado, 17 de julio de 2010

Golpe de autoridad



Ayer, 16 de julio, el gran Miguel Induráin celebraba su 46º cumpleaños. Cuando el navarro cumplía los 31, se encontraba a punto de conseguir su 4º Tour consecutivo. Con esa misma edad (31) Joaquim Rodríguez Oliver está descubriendo el Tour de Francia. "Purito", como todos le conocen, nuncá había corrido la ronda gala. Su anterior equipo, el Caisse d´Epargne no le había brindado la oportunidad, a pesar de hacer méritos de sobra. Harto de esperar año tras otro la llamada para ir a Francia, el catalán se marchó al Katusha, un equipo ruso. Sólo ha habido que esperar medio Tour, para que todos sepan como las gasta Joaquim.

Mende es un final que tiene algo especial. Sin ser considerado uno de los grandes puertos (es de 2ª categoría) por su poca longitud, tiene un desnivel medio de un 10% y algunas de sus rampas llegan hasta el 14%. Si a esto le sumamos una etapa larga con continuas subidas y bajadas, se convierte en un verdadero "rompepiernas". La cima, situada en un aeródromo, tuvo su bautizo de fuego el 14 de julio de 1995, fecha en la que Jalabert remató con la victoria de etapa, una exhibición de su equipo, la ONCE, poniendo en jaque al mismísmo Induráin. Desde entonces, Mende lleva el sobrenombre de "Cima Laurent Jalabert".

La 12ª etapa de este Tour 2010, reducido a una lucha entre Andy Schleck y Alberto Contador, era una buena ocasión para que los dos aspirantes midieran sus fuerzas antes de los Pirineos. La fuga del día, formada por Vinokourov, Kloden, Kiryenka y Hesjedal, parecía que nos daría el vencedor y ese hubiera sido el corredor kazajo de no ser por Joaquim Rodríguez. Al ataque de "Purito" a tres kilómetros para el final, respondió Contador para proteger a su compañero y por que no, para anotarse él mismo la victoria. A rueda del madrileño debió salir el maillot amarillo, Andy Schleck, pero no fue así. El luxemburgués se quedó clavado y empezó a temer por su preciada prenda y quizás, también por el Tour.

Era una de esas "arrancadas" típicas de Alberto. La misma que fue su carta de presentación en en el mítico Galibier, en 2007; ese "latigazo" que soltó una, dos, tres y hasta cuatro veces contra Michael Rasmussen en Peyresoure, el mismo año; ese cambio de ritmo que le acercaba a su segundo Tour en Verbier, la pasada edición. El bueno de Joaquim, se agarró al tren sabiendo que si aguantaba unos metros más, le esperaba el final en lleno. Vinokourov sólo pudo ver pesar a los dos y desearles suerte. Más atrás, Andy sufría e intentaba recomponerse.

Al pasar por la pancarta del último kilómetro, "Purito" ofreció a Contador su colaboración a cambio de la etapa. El de Pinto movió la cabeza de un lado a otro, en horizontal. No había acuerdo. El líder del Astaná sabía que la etapa era para "Vino" y no iba a regalar nada. Ya sabía lo que era ganar aquí (París-Niza 2007 y 2010) y quería repetir. Orgullo de campeón. En la larga y ancha recta de meta los dos españoles se "batieron" por ser el encargado de inaugurar el casillero de su país en este Tour. Salió vencedor Joaquim Rodríguez. Más rápido. Contador había preferido el triunfo parcial, a aumentar las diferencias con Schleck.

A final sólo fueron 10 segundos. Los mismos que Andy sacó en Morzine-Avoriaz. Una diferencia insignificante. Pero esta vez es distinto. Fue un aviso, un golpe psicológico. El luxemburgués tenía la esperanza de que Contador no era el mismo del año pasado. Como él decía, le veía con altibajos. Ahora ya lo sabe. Alberto está preparado para la batalla. Ha estado esperando durante dos semanas y ahora es el momento. Esto es sólo un anticipo de lo que nos espera.

jueves, 15 de julio de 2010

Y comieron perdices


Minuto 117 de partido. Final del Mundial de Sudáfrica 2010. Fernando Torres cuelga un balón sobre el área de Holanda, la defensa lo repele. La pelota queda suelta, Cesc Fábregas ve a Andrés Iniesta libre de marca y le mete un pase. El de Fuentealbilla controla con el pie derecho y el esférico bota sobre el césped. Era el momento. Estira la diestra y le pega con todo el alma. La volea, a media altura, pasa cerca de Stekelenburg que incluso llega a tocar el balón. Finalmente el famoso “Jabulani” se deposita en la red provocando toda una explosión de alegría entre los españoles.


Al igual que en aquel gol en Stamford Bridge, Iniesta salió corriendo hacia el corner y se quitó la camiseta. Pero esta vez en la que llevaba debajo se leía una inscripción: “Dani Jarque siempre con nosotros”. Todo un gesto hacia un amigo. Un detalle que nos demuestra la calidad humana de estos jugadores. Inmediatamente el resto de compañeros, incluidos los del banquillo, se abalanzaron sobre Andrés, sabían que aquel gol valía una Copa del Mundo. Probablemente, si había alguien que mereciese marcar, ese era el futbolista del Fútbol Club Barcelona.


Porque el jugador manchego tuvo que hacer frente a varias lesiones para llegar a la cita Mundialista. A pesar de no estar en su mejor condición física, nunca se escondió ni se arrugó. Además se permitió el lujo de ser uno de los más destacados de la selección española y de todo el campeonato, formando parte del once ideal de la FIFA. Iniesta siempre apareció en los momentos decisivos: ante Chile, anotando el 0-2; en octavos, fabricando el gol ante Portugal con un pase magistral; contra Paraguay en cuartos de final, conduciendo la jugada que dio origen al tanto de Villa; provocando el córner que apeó a los alemanes en semifinales; y por último, el mencionado gol que ponía a España en la cima del Mundo.


Al otro lado del campo, el capitán Iker Casillas rompía a llorar de la emoción. El portero del Real Madrid también tuvo su papel determinante en la final, salvando a su equipo en dos clarísimas ocasiones mano a mano con su ex compañero Arjen Robben. Casillas había sido cuestionado al comienzo del Mundial por su estado de forma, y además tuvo que soportar diversos comentarios acerca de su relación con la periodista Sara Carbonero. Una vez más Iker ha sido providencial para la selección, con actuaciones providenciales como en cuartos de final ante Paraguay, donde detuvo ese penalti con empate en el marcador.


La selección española es campeona del Mundo, algo impensable hace unos años. Y lo hace además con un estilo propio, para muchos considerado como el mejor. Demostrando que el buen juego es el camino más corto para llegar a la victoria. Con el triunfo de España el fútbol hace justicia, premiando el “jogo bonito” en lugar de la racanería. En este deporte no siempre gana el mejor. Por suerte para nosotros esta vez no ha sido así.


La victoria de España también es el triunfo de un colectivo frente a las individualidades. Todo un ejemplo a seguir por futuras generaciones. Un bloque sin fisuras, donde todos reman en la misma dirección, sin egos y con humildad, esto último reflejado sobre todo, en el seleccionador Vicente del Bosque, el hombre tranquilo. Siempre a la sombra, sin una palabra de más, sin alzar la voz. Iker, Raúl, Gerard, Carlos, Carles, Andrés, David, Xavi, Fernando, Francesc, Joan, Víctor, Juan, Xabi, Sergio, Sergi, Álvaro, Pedro, Fernando, Javi, David, Jesús, Pepe, Vicente. Enhorabuena campeones. Gracias por hacernos tan felices.

Momentos épicos: Chiapucci, el insurrecto


Grandes cabalgadas. Recorrer kilómetros y kilómetros en solitario. Más de cinco horas de escapada sobre la bicicleta, sin importar el mañana. Hombres valientes, sin miedo a desfallecer, dispuestos a morir en el intento. Llevar el cuerpo más allá de sus límites. Todo ello bajo un sol abrasador, sobre el asfalto derretido. El escenario idóneo para la épica. Es el Tour de Francia, por eso atrae a tanta gente.

Tour de Francia de 1992. 13ª etapa: Saint-Gervais-Sestriere. 254 kilómetros con cinco puertos para echarse a temblar. El líder era el francés Pascal Lino, pero su liderato era pasajero. Aún estaba presente la “masacre” de Miguel Induráin en la contrarreloj de Luxemburgo, donde completa los 64 kilómetros a más de 49 km/h de media. Allí es bautizado como “El Extraterrestre”. Les saca a todos más de tres minutos. Todos los ciclistas parecían rendirse al poderío del navarro, excepto uno: Claudio Chiapucci.


El segundo clasificado de las dos ediciones anteriores había marcado esa etapa en su hoja de ruta. La jornada finalizaba en territorio italiano, su casa, y eso le motivaba aún más. Chiapucci atacó a los pocos kilómetros de darse la salida. Nadie daba crédito ante tal insensatez. En su escapada le acompañaban varios corredores que más tarde irán quedándose por el camino. Suben el primer puerto del día: el Col de Saissies. El pelotón rodaba tranquilo a más de un minuto.


A continuación afrontan el Cormet de Roseland. Claudio era el líder de la montaña, el maillot de lunares rojos. Todavía llevaba puesto el casco (entonces no era obligatorio), estaba dispuesto a arriesgar también en los descensos. Algunos como Pedro Delgado, cuentan que no daban un duro por el italiano, pensaban que era hombre muerto, que tarde o temprano le alcanzarían totalmente desfallecido.


El grupo de cabeza coronaba el Roseland con tres minutos de adelanto sobre el grupo de Induráin, el cual no parecía preocupado. Siguiente ascensión: el Iseran (el techo del Tour con sus 2.700 metros de altitud) y Chiapucci aumenta el ritmo, nadie puede seguirle. “El Diablo”, en solitario, se crecía con el paso de los kilómetros. Cuenta la leyenda que aquel día Claudio se hizo todas sus necesidades encima, en el culotte. Nada le detendría.


Subiendo Mont-Cenis, la locura del italiano comenzaba a cobrar sentido. Se había quitado el casco y ya era el maillot amarillo virtual. Su objetivo ya no se limitaba ganar la etapa, ahora iba a por el Tour. Todo o nada. Miguel Induráin y Gianni Bugno, compatriota de Chiapucci, comenzaban a despertar de su letargo. Pero Claudio no parecía flaquear, era un hombre que no cedía, era incombustible. Las diferencias ya eran alarmantes, rondando los cuatro minutos. El líder, Pascal Lino, arrojaba la toalla.


Quedaba la última ascensión: Sestriere. Por primera vez, Chiapucci parecía acusar el tremendo esfuerzo realizado, pero allí estaban los tifosi, su gente, para llevarle hasta la cima. Por detrás, Induráin había metido la directa y se había deshecho de Bugno. El español comenzaba a recortar diferencias a pasos agigantados, cada pedalada le acercaba aún más a su objetivo. Si seguía con esa progresión acabaría alcanzando a Claudio, el cual cada vez parecía más demacrado, sin aliento.


Pero “El Diablo” iba a sacar fuerzas de flaqueza, no estaba dispuesto a morir en la orilla. En los kilómetros finales se vino arriba, abriéndose paso entre la multitud que había acudido a Sestriere. Los últimos metros los recorrió alzando el puño y llorando de alegría, era totalmente consciente de la hazaña que estaba protagonizando. Los italianos se volvían locos.


Por fin llegaba a la meta con los brazos en alto. Victoria. A casi dos minutos entraba Induráin, sufriendo un ligero desfallecimiento. El navarro era el nuevo líder y Chiapucci se colocaba segundo. Pero eso a Claudio no le importaba, su gesta había pasado a la historia del Tour de Francia y eso significaba más que el maillot amarillo. “El Diablo” ya era eterno.

martes, 13 de julio de 2010

El Tour es cosa de dos


La jornada posterior a un día de descanso, siempre es temida por los ciclistas en el Tour de Francia. Después de una semana de competición, la fatiga acumulada, el calor y los nervios, lo más lógico es pensar que los corredores agradecen este “tiempo muerto”. Nada más lejos de la realidad. Para algunos este día resulta fatal. La tumba de sus ilusiones. Sin ninguna explicación científica, son muchos los que se derrumban tras el parón obligado.

Si no pregúntenle a Cadel Evans. Subiendo la Madeleine, al hasta hoy líder de la carrera, se le apareció el “tio del mazo” con el consiguiente bajón de fuerzas. El puerto, todo un “Hors Categoriè” situado a más de 30 kilómetros de la meta, no parecía el escenario propicio para que sucedieran cosas interesantes de cara a la general. Sin embargo, el destino así lo quiso.


A más de diez kilómetros para coronar el puerto, Alberto Contador dio la orden a sus compañeros para que pusieran una marcha más. Tiralongo primero, y a continuación Dani Navarro imprimían un ritmo fortísimo. La primera víctima iba a ser el maillot amarillo, Evans (más tarde se sabría que tiene una fisura en el codo izquierdo). En pocos kilómetros Navarro se quedo sólo, con Contador y Andy Schleck a su rueda. Samuel Sánchez por unos instantes, parecía capaz de seguirles. El daño ya estaba hecho.


Por un momento, los dos grandes candidatos a la victoria quedaron sorprendidos ante el terremoto que acababa de sacudir el grupo, parecía que la situación les había cogido totalmente de imprevisto. Tras la duda inicial, los dos se pusieron de acuerdo para llegar juntos a Saint Jean de Maurienne. El botín era tan jugoso como inesperado: eliminar a la mayoría de sus rivales.


Por detrás nadie parecía reaccionar o tener fuerzas para ello. El calor asfixiante, el cansancio o el dichoso día de descanso estaban haciendo mella. El descenso fue la confirmación del pacto entre madrileño y luxemburgués, mientras Samuel Sánchez intentaba contactar con uno de esos descensos “kamikaze” a los que tanto nos tiene acostumbrados.


La etapa fue para Sandy Casar, por delante de Luis León Sánchez, tomándose la revancha por el año pasado. El murciano se quedó con la miel en los labios tras el gran trabajo del Caisse d´Epargne. Habría sido su tercera victoria parcial en el Tour. El nuevo líder, Andy Schleck, se mostraba radiante en el podio. Ahora la carrera será un cara a cara entre Contador y él. Los demás ya no cuentan salvo que una heroicidad lo impida. Si alguien tiene algo que decir, que hable ahora o calle para siempre.

domingo, 11 de julio de 2010

Con la ilusión por bandera

En pocas horas, España disputará por primera vez en su historia la final de un Mundial de Fútbol. Estamos ante una ocasión única, un momento inolvidable. Las sensaciones vividas a lo largo de este día son totalmente nuevas, hasta ahora desconocidas. Conforme se vaya acercando el inicio del partido, los nervios irán aumentando. Está en juego la ilusión de 46 millones de españoles. Gente como Manolo “el del Bombo” por ejemplo. Un personaje entrañable donde los haya. Hace unos cuantos años tuve un encuentro inesperado con él.

Era el mes de junio de 1998, víspera del Mundial de Francia. Un amigo y yo estábamos en la calle, sentados en un banco. Los dos llevábamos puesta la camiseta de la selección española. Mi amigo con el 12 y el nombre de “Sergi” a la espalda; yo llevaba el 7 y “Raúl”, cuando de repente, nos “abordó” un hombre vestido de rojo y nos dio una palmada en la espalda “¿qué tal chavales?

Mi compañero y yo nos miramos perplejos. Sí, era él, Manolo “el del Bombo”. Aquel hombre tan simpático que siempre veíamos por la “tele” en los partidos de España, estaba frente a nosotros, con uno de esos polos tan característicos de la marca “Rasán”. Transcurridos unos segundos asimilando la situación, el bueno de Manolo nos preguntó si teníamos previsto acudir al Mundial. Nuestra respuesta, evidentemente, fue negativa y él nos consoló con un “bueno tranquilos, todavía sois jóvenes, otra vez será”.


Estuvimos un buen rato hablando de fútbol, concretamente, sobre la cita mundialista y la selección española, sus jugadores, los rivales, etc. Por supuesto, los tres nos veíamos con posibilidades de hacer un buen papel en la Copa del Mundo. El entusiasmo y la devoción con la que hablaba podían convencer a cualquiera, ¿por qué no iba a ser ésta nuestra ocasión? Soñábamos con una hipotética final ante Brasil. Ilusos. No hace falta recordar lo que ocurrió durante la competición.

Minutos más tarde, Manolo se despidió de nosotros. “ya nos veremos”, su vuelo hacía París salía en unas horas. Nos dio un abrazo a cada uno y se marchó sin más, con una sonrisa de oreja a oreja y cargado de ilusiones. Al día siguiente, camino del colegio, mi amigo y yo todavía recordábamos el insólito encuentro, sabíamos que nuestros compañeros de clase no nos creerían y así fue. Tampoco nos importó, los dos sabíamos que era verdad y eso nos reconfortaba.

Han pasado 12 años y las cosas han cambiado bastante. Hoy nuestra ilusión es, si cabe, todavía mayor. Tenemos suficientes motivos para soñar y estar orgullosos de lo conseguido por este equipo. Cuando nuestros jugadores salgan al césped del Soccer City de Johannesburgo, todo un país estará detrás empujándoles hacia la victoria. Allí estará Manolo y su bombo, como lleva haciendo 32 años. Llevamos toda la vida esperando este momento. No vamos a fallar. ¡Podemos!

viernes, 9 de julio de 2010

Del Bosque y el "efecto Pedro"


La selección española sigue haciendo historia en el Mundial de Sudáfrica 2010. Después de meterse en las semifinales superando la “barrera” de los cuartos de final, el combinado nacional se deshizo de Alemania y disputará la final de la Copa del Mundo el próximo domingo ante la selección de Holanda. Y lo hizo con todo merecimiento, desplegando el mejor fútbol que se haya visto a lo largo de la competición.


El seleccionador nacional Vicente del Bosque volvió a demostrar, una vez más, que siempre tiene un as guardado en la manga para estas ocasiones. Desde que finalizó el partido ante Paraguay, se hicieron muchas conjeturas sobre la salida de Fernando Torres del once inicial de cara al partido ante Alemania. Las quinielas señalaban a Cesc Fábregas, David Silva y Fernando Llorente como candidatos a sustituir al jugador del Liverpool, pero a menos de dos horas del encuentro saltó la sorpresa: Pedro era el elegido.


El técnico salmantino suele esconder la alineación hasta el último momento y ya ha realizado en otras ocasiones cambios inesperados en la alineación. En su época como entrenador del Real Madrid, Vicente daba entrada a jugadores con los que nadie contaba en partidos trascendentales, con resultados muy positivos. Como ejemplo la aparición de Geremi (con gol incluido) en unos cuartos de final contra el Bayern de Munich en 2002, o la presencia de Mc Manaman entre los titulares en otros cuartos de final, esta vez ante el Manchester United un año después.


De esta manera, la inclusión de “Pedrito” en el equipo titular fue una de las claves del buen juego del equipo español. El canario se movió entre líneas a la perfección y fue el jugador más activo con cinco remates. Intercambió ambas bandas y los alemanes no supieron en ningún momento como contrarrestar al número 18. Desde el minuto 1 salió “enchufadísimo”, como si todos los días se jugara la semifinal de un Mundial

Con Pedro sobre el campo, los centrocampistas encontraron un compañero más con el que asociarse y así se crearon numerosas ocasiones de peligro. A pocos minutos del final, gozó de una ocasión inmejorable para sentenciar el partido y poner un broche de oro a su actuación, pero no eligió la mejor opción, algo que no empaña el sensacional partido del futbolista del Barcelona.


Pedro Rodríguez Ledesma ha sido la gran sensación de la pasada liga, donde colaboró activamente con sus goles en la consecución del título. Posee el récord de ser el jugador que ha marcado en más competiciones en un solo año. Tiene un gran oportunismo y no hay duda de que está tocado por la “varita”. Todavía no ha marcado en este Mundial, el domingo podría ser un buen día

jueves, 8 de julio de 2010

Momentos épicos: un día de furia


Relato de Javier García Sánchez sobre la 7ª etapa del Tour de Francia de 1995: Charleroi-Lieja.

Algunos corredores sin opciones al triunfo final se habían colocado por delante, pero se mantenían a la vista. El águila imperial sacó las garras. En efecto, por la Côte du Rosier la silueta que buscaba Miguel, Rominger, había desaparecido. Pero no se había descolgado en un sentido literal, sino que solo andaba justillo, despistado, y por eso se rezagaba unos pocos metros en cada cuesta. Berzin, en cambio, más joven y batallador, iba siempre pegado literalmente a su rueda.

Miguel decidió. Mandó tirar a sus hombres. Un silbido. Sin mirar atrás. Una palabra en clave. Sobre todo a Monchu González Arrieta. La carretera se empinaba, el sol brillaba más que nunca en los últimos cinco años. Así llegó el Mont Theux, apenas tres kilómetros al 5,7 % de desnivel. Miguel dio la orden a Monchu: “Fuerte, fuerte”. Berzin abrió la boca, resopló, su tubular se separó un par de metros de la Pinarello blanca de Miguel. El navarro llevaba un 53x19-21. Era hora de destrozar. Clavó el piñón de 17, elevó el tronco, demarró con fiereza, hasta el punto de que rebasó a varios corredores que iban por delante, y lo hizo como una exhalación. Lo último que vimos de él fue que tenía que sortear a una de las motos de la carrera.


Al fondo, un pelotón incrédulo era incapaz de responder a aquel ataque con toda la artillería. El milagro se consumó entre el Mont Theux y la Côte des Forges, otros dos kilómetros al 5,8 %. Fue visto y no visto. Por detrás nadie se decidía a organizar el contraataque, la caza. Miguel no elevó la vista para nada, siempre con la barbilla en el manillar. No se volvió ni una vez. Dejó a Eric Boyer como un trapo, alcanzó a Bruyneel, que iba por delante, y se puso a pedalear como un poseso. Una vez más. Ésta sí: era la crono de su vida. Por detrás, la jauría.


Nadie entendía aquello. ¿Cómo el máximo favorito se atrevía a semejante cosa? En la sala de prensa, a los franceses se les quedaba la cara de besugo. Bruyneel, medio ahogado, se acercó al navarro y le dijo al oído: “Entiéndelo, no puedo tirar, llevo a mis jefes detrás” Más tarde reconocería que aquella experiencia había sido única en su vida de ciclista: He creído ir 25 kilómetros detrás de una moto, a 50 por hora”. Por supuesto que Miguel ni siquiera le miró. Por supuesto que nunca le reprochó que no le diese ni un relevo. Por supuesto que los favoritos, una vez que hubieran decidido unir sus fuerzas con las de los gregarios elegidos, aún debían de dudar: “Pero, ¿qué ha hecho ese loco?” Al día siguiente venía la exigente crono de Huy, y dos días más tarde, los Alpes. ¿Qué pretendía Induráin al atacar a muerte en terreno llano y en Bélgica?


Nadie sabía que meses atrás Miguel había reconocido ese mismo terreno en ocasión de la Lieja-Bastogne-Lieja. El golpe de gracia estaba medido. Una jugada de ajedrez maestra, irrepetible. Para cuando todos quisieron darse cuenta, el corredor navarro estaba a casi un minuto. Justo lo que ninguno de los favoritos deseaba, que el navarro saliese en la crono del día siguiente vestido de amarillo, iba a producirse, para pánico y espanto –y sobre todo desánimo – de unos y otros.


Sin embargo, aquellos 30 kilómetros hasta Lieja, con Induráin perseguido por lo mejor del pelotón internacional, que no sólo no podía darle alcance sino que veía aumentar su diferencia a cada pedalada, pertenecen a la épica de la historia del ciclismo. Eso era algo que hasta la fecha sólo se habían atrevido a hacer los grandes campeones: Coppi, Merckx, Hinault. Ni siquiera Anquetil, más cerebral.


¿No querían “panache” los franceses? ¿No querían una muestra de genio, improvisación, riesgo, rabia? Ahí la tenían, a modo de despedida. Porque Induráin estaba sentenciando el Tour antes incluso de la primera etapa contrarreloj, antes de la primera montaña. Lo nunca visto. Atrevámonos a decirlo con la cabeza bien alta: Ni Coppi, ni Merckx, ni Hinault, ni Anquetil se habían atrevido a eso después de haber logrado cuatro Tours y estar en el punto de mira de todos.

miércoles, 7 de julio de 2010

Sangre, sudor y polvo



Fue como la París-Roubaix, pero en julio. La etapa no comenzaba en la capital francesa, ni terminaba en el mítico velódromo, pero durante muchos momentos tuvo auténtico sabor a clásica. Desde el momento en que se dio a conocer el recorrido del Tour 2010, muchos habían marcado este día con una cruz roja. Los tramos de pavés eran propicios para que pasaran cosas importantes, y pasaron.

El pelotón marchaba a toda velocidad, conducido por la locomotora del Saxo Bank de los Schleck y Cancellara. Todos pendientes del suizo, sabían que era el encargado de meter la directa, de marcar ese ritmo infernal. Pasaron los tres primeros tramos adoquinados y en el cuarto a 26 kilómetros de la llegada, con “Espartaco” abriendo camino, ocurrió lo inevitable: caída. Frank Schleck por los suelos. Tocado y hundido. Fractura de clávicula y adiós al Tour. Ni siquiera intentó ponerse en pie.


La caída fraccionó la carrera en varios grupos. Por delante Cancellara seguía acelerando, parecía imposible ir más rápido. A la rueda del “Expreso” de Berna se pegaron el “indultado” Andy Schleck, Evans, Hushovd y Thomas. El tren no se detendría hasta Aremberg. Esta vez Fabian no “negociaba” treguas ni parones, ayer era una máquina sin sentimientos que no dejaba de pedalear, volando sobre el pavés. Si hubiese querido, habría llegado en solitario, como hizo en la clásica meses atrás, pero su misión era guiar al menor de los Schleck.


Más atrás gente como Armstrong y Contador cortados, luchaban por minimizar pérdidas. El americano había vaticinado una carnicería que, irónicamente, se volvió en su contra con un pinchazo que le hizo retrasarse todavía más. El de Pinto por su parte, supo estar a la altura de las circunstancias y con mucha sangre fría iba “salvando” el día. Peor suerte corrió el líder Chavanel, cambiando de rueda y de bicicleta en varias ocasiones. Nubes de polvo rodeaban a los ciclistas. Piedras, frenazos, caídas y averías. El panorama era dantesco. Por un momento nos habíamos trasladado al mes de abril. París-Roubaix, el “Infierno del norte”.




El grupo de Andy Schleck, Evans y Cancellara, que recuperaba el amarillo, llegaba a la meta. El noruego Hushovd se hacía con la victoria. Perro viejo. A un minuto lo hacía el grupo de Contador, Vinokourov y Menchov, con el madrileño descolgándose por un problema mecánico en su rueda trasera. A dos minutos aparecía el “carnicero” Armstrong, descubriendo el sabor de la derrota en una etapa de estas características.


El resto de corredores se presentaba en la llegada con cuentagotas. El maillot amarillo cruzaba la línea de meta a más de tres minutos, hecho unos zorros. Más de uno seguro que se acordaba de la etapa anterior, maldiciéndose por haber “perdonado” la vida a Andy Schleck, el gran beneficiado del día. Algunos habrán aprendido una valiosa lección: en el Tour no hay amigos.