Fue como la París-Roubaix, pero en julio. La etapa no comenzaba en la capital francesa, ni terminaba en el mítico velódromo, pero durante muchos momentos tuvo auténtico sabor a clásica. Desde el momento en que se dio a conocer el recorrido del Tour 2010, muchos habían marcado este día con una cruz roja. Los tramos de pavés eran propicios para que pasaran cosas importantes, y pasaron.
El pelotón marchaba a toda velocidad, conducido por la locomotora del Saxo Bank de los Schleck y Cancellara. Todos pendientes del suizo, sabían que era el encargado de meter la directa, de marcar ese ritmo infernal. Pasaron los tres primeros tramos adoquinados y en el cuarto a 26 kilómetros de la llegada, con “Espartaco” abriendo camino, ocurrió lo inevitable: caída. Frank Schleck por los suelos. Tocado y hundido. Fractura de clávicula y adiós al Tour. Ni siquiera intentó ponerse en pie.
La caída fraccionó la carrera en varios grupos. Por delante Cancellara seguía acelerando, parecía imposible ir más rápido. A la rueda del “Expreso” de Berna se pegaron el “indultado” Andy Schleck, Evans, Hushovd y Thomas. El tren no se detendría hasta Aremberg. Esta vez Fabian no “negociaba” treguas ni parones, ayer era una máquina sin sentimientos que no dejaba de pedalear, volando sobre el pavés. Si hubiese querido, habría llegado en solitario, como hizo en la clásica meses atrás, pero su misión era guiar al menor de los Schleck.
Más atrás gente como Armstrong y Contador cortados, luchaban por minimizar pérdidas. El americano había vaticinado una carnicería que, irónicamente, se volvió en su contra con un pinchazo que le hizo retrasarse todavía más. El de Pinto por su parte, supo estar a la altura de las circunstancias y con mucha sangre fría iba “salvando” el día. Peor suerte corrió el líder Chavanel, cambiando de rueda y de bicicleta en varias ocasiones. Nubes de polvo rodeaban a los ciclistas. Piedras, frenazos, caídas y averías. El panorama era dantesco. Por un momento nos habíamos trasladado al mes de abril. París-Roubaix, el “Infierno del norte”.
El grupo de Andy Schleck, Evans y Cancellara, que recuperaba el amarillo, llegaba a la meta. El noruego Hushovd se hacía con la victoria. Perro viejo. A un minuto lo hacía el grupo de Contador, Vinokourov y Menchov, con el madrileño descolgándose por un problema mecánico en su rueda trasera. A dos minutos aparecía el “carnicero” Armstrong, descubriendo el sabor de la derrota en una etapa de estas características.
El resto de corredores se presentaba en la llegada con cuentagotas. El maillot amarillo cruzaba la línea de meta a más de tres minutos, hecho unos zorros. Más de uno seguro que se acordaba de la etapa anterior, maldiciéndose por haber “perdonado” la vida a Andy Schleck, el gran beneficiado del día. Algunos habrán aprendido una valiosa lección: en el Tour no hay amigos.
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