jueves, 14 de octubre de 2010

Dorsal 51 se traslada

Como algunos ya sabeis, he iniciado una nueva andadura en Terra. De esta forma "Dorsal 51" se traslada a Terra Deportes y pasa a denominarse "El cuentakilómetros". Allí hablaremos de la actualidad del Mundial de motocilismo, la Fórmula 1 y por supuesto ciclismo. Espero que os guste.

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lunes, 20 de septiembre de 2010

Un final memorable


La espera mereció la pena. Después de tres semanas y 19 etapas por la geografía española, la Vuelta tuvo un final grandioso. El ingrediente que le faltaba a esta edición para ser recordada por todos los aficionados. No hizo falta que el duelo lo protagonizaran dos estrellas reconocidas. El escenario se encargó de elevar el nivel de la contienda hasta límites insospechados. La Bola del Mundo no defraudó y la carrera se beneficiará de este hallazgo en los próximos años.


La etapa se corrió a un ritmo de vértigo. El Xacobeo-Galicia salió dispuesto a no hacer concesiones, con el fin de que Mosquera pudiera disponer de las bonificaciones en la meta. Así, se subió sin respiro la Cruz Verde, el Alto del León y Navacerrada por primera vez. En la segunda ascensión, por la vertiente madrileña, el pelotón ya estaba encima de los fugados. Camino despejado para Ezequiel.


Frank Schleck fue el encargado de encender la traca a cinco kilómetros de la meta (dos para el inicio de La Bola del Mundo). Un acelerón sostenido, sin alardes. Unos 200 metros sin sentarse en el sillín. La lanzadera perfecta para Mosquera que no lo dudó ni un instante. Ahora o nunca. Sin mirar atrás. Ezequiel lanzó el guante y Nibali lo recogió. Los dos solos hasta el final. Tras un kilómetro de tira y afloja, ambos aspirantes se presentaron juntos en la cima de Navacerrada.


Tras una curva cerrada a la derecha, les esperaba el suplicio acompañado de una sensación desconocida: cemento, en lugar de asfalto. Ese piso rugoso e irregular que les iba a torturar durante los últimos tres kilómetros. El telesilla por encima de sus cabezas. Aquello no parecía normal. Una locura intentar subir en bicicleta por esa pared.


Mosquera afrontó con entereza la primera rampa y no tardó en soltar a Nibali. El italiano sabía que tenía que regularse y administrar su diferencia. Ezequiel tenía que morirse sobre la bicicleta. Buscar un cortocircuito en las piernas y en la cabeza del líder. Durante unos metros la distancia entre ambos parecía abrirse poco a poco. Nunca subió de los 18 segundos, pero viendo la exigencia de la ascensión podía esperarse cualquier cosa.


El gallego subía casi todo el rato de pie, bailando sobre la bicicleta. Retorciéndose en cada pedalada. El líder, por el contrario, lo hacía sentado, agarrado a la cruz del manillar y apretando los dientes de dolor. Fue una lucha memorable. Cuerpo a cuerpo. Mosquera quería volar en cada golpe de riñón. Nibali sabía que si no perdía de vista a Ezequiel, la victoria sería suya. Fueron los minutos más emocionantes que se recuerdan en los últimos años de la Vuelta.


En el último kilómetro la niebla hizo acto de presencia, aportando más épica si era posible. Mosquera se guardó las últimas gotas de energía para ganar por la etapa, viendo que la general ya no era posible. A 200 metros para la llegada tenía el aliento de Nibali en la nuca, pero el italiano ya no quería más. El liderato estaba a salvo. Había sobrevivido. Veinte años después Marco Giovannetti encontraba sucesor.


Ezequiel conseguía el triunfo parcial que tantas veces se le había negado. Ambos estaban satisfechos. Se habían batido en un verdadero infierno y salieron vencedores. Los dos ciclistas obtuvieron la victoria más importante de su carrera. Uno la vuelta, el otro la etapa. El primero tiene un futuro prometedor (25 años), el segundo recibe el premio a toda una trayectoria (34 años). Se acabó la Vuelta. Por todo lo alto. En la Bola del Mundo. Donde nadie imaginaba que se llegaría alguna vez.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Momentos épicos: el milagro de Perico


Nos trasladamos al 11 de mayo de 1985. Descenso del Puerto de Navacerrada por la vertiente madrileña. Las condiciones no son las mejores para bajar a tumba abierta. Frío, lluvia, granizo, a ratos nieve y para colmo, la niebla. Hay un ciclista que arriesga más de la cuenta, conoce la bajada como la palma de su mano y se juega la vida en cada curva. Su nombre es Pedro Delgado, Perico. El segoviano siempre es recordado por su victoria en el Tour de Francia de 1988, sin lugar a dudas la más importante. Pero antes de ganar la ronda gala, protagonizó una gesta totalmente inesperada.


Se disputaba la 18ª etapa de la Vuelta a España entre Alcalá de Henares (Madrid) y Destilerías DYC (Segovia). Delgado corría en el MG-Orbea y marchaba en el 6º puesto de la clasificación general a 6´13´´ del líder, el escocés Robert Millar. Perico había comenzado la carrera con buen pie venciendo en la etapa de los Lagos de Covadonga, donde se hizo con el maillot amarillo. Sin embargo, al día siguiente perdió el liderato y desde ese momento sus esfuerzos se centraron en reducir las diferencias, sin demasiado éxito.


El líder sólo tenía que vigilar a sus dos inmediatos perseguidores: el colombiano Pacho Rodríguez y el español Pello Ruiz Cabestany (compañero de Perico). Subiendo Navacerrada, la carrera comenzó a moverse. Por delante marchaba escapado Pepe Recio, del Kelme. A pocos kilómetros de coronar el puerto, atacaba Pedro Delgado. Con decisión. Su intención es buscar la victoria de etapa en su tierra y de paso, hacer trabajar al equipo del líder, el Peugeot. Hay nieve en la cima y el frío se hace insoportable. Todos intentaban abrigarse lo máximo posible.


En el descenso, Pedro parece tenerlo claro: hay que jugarse el tipo. Apenas toca el freno antes de entrar en las curvas, las cuales toma a la perfección y sale de ellas con rabia. A esa velocidad de kamikaze no tarda en alcanzar a Recio. Entre Pepe y Perico conversan, en un primer momento no hay acuerdo, pero al final los dos deciden trabajar juntos y así intentar llegar a Segovia escapados. Por detrás, tranquilidad absoluta. A nadie le inquietan los dos fugados.


Pedro Delgado y José Recio suben a ritmo el siguiente puerto, el Alto de Los Leones. El segoviano es mejor escalador y en ocasiones tiene que levantar el pie para no descolgar a su compañero de viaje. Necesita su ayuda para que la escapada tenga éxito. En la cima, los dos ya tienen una ventaja de dos minutos y medio. Cabestany, que marchaba en el grupo del líder no daba crédito a lo que estaba sucediendo. El escocés ya se veía vencedor y daba a la mano a sus rivales, Peio y Pacho.”Habéis sido dos dignos contrincantes”.


En el llano que conduce a Segovia, los dos escapados se relevan a la perfección. La diferencia ya sobrepasa los cuatro minutos y a diez kilómetros de la llegada sube hasta cinco y medio. La Vuelta está adquiriendo un interés totalmente insospechado. Perico puede ganar La Vuelta. El director del Peugeot, Roland Berland, permanece impasible. Nadie lo entiende. La alarma debería haber saltado hace bastante rato.


Recio y Delgado se vacían, son dos autómatas pedaleando sin cesar. Desde el coche del Kelme y del MG-Orbea comunican las diferencias. Hay que morirse sobre la bicicleta La situación ha cambiado. El primero se llevará la etapa, el segundo está a punto de dar un vuelco histórico. Cuando reaccionan los del Peugeot ya es demasiado tarde. Relajación o despiste. A Millar apenas le quedan compañeros de equipo y su director busca alianzas a la desesperada. El error es imperdonable.


La meta de Palazuelos de Eresma estaba abarrotada de segovianos que vibraban con su paisano. Recio gana la etapa, tal y como había acordado con Delgado. El reloj en marcha. Tienen que pasar esos 6´13´´ para que Perico sea nuevo líder. El corazón en un puño. Pasan dos minutos. La tensión se hace insoportable. Cuatro minutos y Delgado es todo un manojo de nervios. Seis minutos y ni rastro de Millar. Pedro Delgado ha ganado la Vuelta a España. Se desata la locura. Los gritos que pegaban desde las Destilerías DYC se escucharon en Segovia, cinco kilómetros más allá. Como publicaron algunos periódicos al día siguiente: “el güisqui español fue mejor que el escocés”.


jueves, 16 de septiembre de 2010

La crono sepulta a Purito


Cuando Vincenzo Nibali cruzó la línea de llegada, a Joaquím Rodríguez todavía le quedaban cuatro kilómetros. Un mundo. Rectas interminables rodeadas de largas filas de viñedos. Al fondo, sobre una meseta, el castillo de Peñafiel. Este era el paisaje que contemplaba Purito cada vez que levantaba la mirada. Una y otra vez. Subía de nuevo la cabeza y todo seguía exactamente igual. Como si no avanzara. Una tortura que nunca llegaba a su fin.


Para el catalán, que en la víspera había dicho que podía ceder dos minutos en el peor de los casos, la contrarreloj se le hizo eterna. Un calvario recorrer los 46 kilómetros, los cuales debieron parecerle muchos más. Al final, las previsiones se doblaron (4:17 con Nibali) y Purito no solo perdió el liderato como esperaba, también el podio. Descendió del primer al quinto lugar. Todo el trabajo realizado durante estas tres semanas se iba por el desagüe en menos de una hora.


Vincenzo Nibali, más especialista en la lucha individual contra el cronómetro, tampoco vivió su día más tranquilo. En los primeros kilómetros le sobrevino un pinchazo en su rueda delantera. Los nervios se apoderaron del transalpino y del coche del Liquigas. De inmediato, comenzó un desfile de ruedas y bicicletas entre mecánico, director y corredor sin que ninguno diera con la solución. Tal era el caos, que el propio Nibali reanudó la marcha por sí solo, sin recibir el habitual impulso para coger velocidad cuanto antes. La avería puede traducirse en una pérdida de 20 segundos.


Con el paso de los kilómetros Nibali consiguió serenarse, en buena parte gracias a las referencias que le iban transmitiendo. Estaba eliminando al rival que más le inquietaba (Purito) y acercándose cada vez más a su objetivo, recuperar el maillot rojo. Pero en el horizonte comenzaba a divisarse otra amenaza. Un nuevo enemigo: Ezequiel Mosquera. El del Xacobeo Galicia realizó la crono de su vida y al final sólo perdió 18 segundos con el nuevo líder de la carrera. Moviendo un gran desarrollo y a toda velocidad por esas largas rectas, Ezequiel estaba totalmente irreconocible. Una sorpresa mayúscula.


La otra campanada de la jornada, la protagonizó Peter Velits. El eslovaco, beneficiado por el viento de cara de los últimos kilómetros, se hizo con la etapa batiendo a dos consumados especialistas como Fabian Cancellara y Denis Menchov. La victoria supone todo un salto de calidad para Velits, que ahora se sitúa tercero en la clasificación general. De no ser por su mal día en Cotobello, a lo mejor ahora estaríamos hablando de otra cosa. La auténtica revelación de la carrera.


La Vuelta se decidirá el sábado en la sierra madrileña. Allí Nibali deberá defender su renta (38 segundos) ante un español. No será Purito, como se preveía, sino Mosquera. A sus 34 años y en su cuarta participación, este gallego se encuentra ante su gran oportunidad y sin nada que perder. Les esperan Navacerrada, Los Leones y otra subida a Navacerrada rematada con el final en la Bola del Mundo. El desenlace soñado por la organización desde que diseñó el recorrido.

martes, 14 de septiembre de 2010

Un kilómetro para cambiar la Vuelta


La Vuelta da muchas vueltas” decía Joaquím Rodríguez antes de la etapa de los Lagos. Y vaya que si las da. En la ascensión a Cotobello, parecía que estábamos asistiendo a la confirmación de Vincenzo Nibali, como gran dominador de la Vuelta a España y algunos comenzaban a mirar más allá de la ronda española, como si ésta ya estuviera en su bolsillo. Hasta que llegó el último kilómetro.


La etapa no tuvo descanso y desde el principio se rodó a un ritmo altísimo, impulsado por la fuga del día en la que iban tres Euskaltel (Txurruka, Oroz y Nieve), y un infiltrado, Luis León Sánchez. En la mente de los vascos estaba brindar el triunfo de etapa a su líder Antón, caído dos días atrás camino de Peña Cabarga. La presencia del murciano del Caisse d´Epargne (a siete minutos en la general), puso a trabajar a todo el Liquigas para que el liderato no corriera peligro.


Subiendo Cotobello, la cima “Chechu Rubiera”, Amets Txurruka hizo de lanzadera para que Mikel Nieve volara hacia la cima, “Luisle” intentó mantenerse a unos metros y conservar sus opciones de etapa intactas, pero el hombre del maillot naranja tenía la obligación de honrar a su compañero y amigo y contra los sentimientos no se puede luchar.


Del pelotón de favoritos, conducido por Roman Kreuziger, saltaron Frank Schleck y Carlos Sastre, ambos con ganas de hacer daño y subir posiciones en la general. El líder, Vincenzo Nibali, parecía cómodo con la marchetta impuesta por su compañero de equipo. Purito y Mosquera afilaban el cuchillo. Así se llegó al último kilómetro, el más duro, con el grupo todavía comandado por el checo, señal de que el italiano no iba tan sobrado como parecía. De esta forma lo entendieron Joaquím y Ezequiel, dos agitadores.


El acelerón de Mosquera sirvió para eliminar a Kreuziger y dejar totalmente descubierto al “Tiburón”. La puntilla corrió a cargo de Purito, que atacó buscando esos cuatro segundos que le otorgaban el liderato y se encontró con un premio mayor, para sorpresa de todos. El maillot rojo se quedó clavado y el resto del grupo le rebasó. A Joaquím le informaron por el pinganillo. Nibali se queda. Había que morirse en aquellos mil metros. Era el momento de hacer sangre.


Mikel Nieve inscribía su nombre como primer ganador en la cumbre asturiana. Como Lejarreta en Los Lagos o “Chava” Jiménez en el Angliru. Joaquím conseguía 37 segundos sobre Nibali y recuperaba el liderato perdido en Pal. Una ventaja inesperada tal y como estaba transcurriendo la carrera. Ahora son 34 segundos a favor de Purito. Poca renta para la contrarreloj donde el italiano se desenvuelve mejor. Pero a estas alturas priman más las fuerzas que la aptitud. Lo único que está claro es que la Bola del Mundo será el juez de la Vuelta. El final soñado.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Como Barredo por su casa


A un kilómetro de la meta de Pau finalizaba la aventura de Carlos Barredo. El peor final posible para una escapada. La miel en los labios. En la llegada maldecía su suerte, pero aseguraba que volvería a intentarlo. Así son los ciclistas, duros de pelar. Siempre se levantan. Todo esto sucedía durante el pasado Tour de Francia. Ayer el asturiano buscó la victoria en Los Lagos, su casa. Esta vez no pudieron cogerle.


Los Lagos de Covadonga. Un lugar épico como pocos. Carretera estrecha con un asfalto repleto de parches. Un sitio paradisiaco y a la vez tortuoso. Escalera hacia al cielo o al infierno, según se mire. Al fondo los Picos de Europa, siempre majestuosos. Por si esto fuera poco, la lluvia no suele faltar a la cita. En ocasiones le acompaña la niebla, cegando la visión de los corredores. No ven el paisaje, solamente las rampas apareciendo a traición.


En la jornada de ayer se dieron ambas condiciones. Al paso por Cangas de Onís, antesala de la subida, caían las primeras gotas. El pelotón ya sabía lo que se le venía encima. También el grupo de escapados, con Barredo ejerciendo de anfitrión. La ventaja se antojaba suficiente para los fugados, entre ellos se encontraba el vencedor. Arriba esperaban Los Lagos dispuestos a escoger ganador.


Peter Velits fue el primero en lanzarse hacia la cima. Barredo no tardó en darle alcance. En su hábitat y perfectamente conocedor del terreno, Carlos se encontraba como pez en el agua. Había subido multitud de ocasiones en solitario y esta etapa no sería la excepción. Apretó los dientes y dejó a Velits con el molde. A su ritmo y sin mirar atrás. Al paso por la Basilica “La Santina” le hizo un guiño: “hoy no podrán contigo”.


Mientras tanto, el Liquigas de Nibali marcaba el ritmo en el pelotón sin exigir demasiado. Su jefe de filas estaba subiendo Los Lagos por primera vez. No tenemos prisa. La Huesera, el tramo más duro de la ascensión, ya se encargaría de realizar la selección natural. Los expertos aseguran que el éxito de la subida, consiste en salir entero de allí. Un exceso durante esos metros te convierte en hombre muerto.


Ezequiel Mosquera aprovechó una salida en falso de Carlos Sastre para hacer su apuesta, justo antes de La Huesera. El líder le dejó marchar con la intención de controlar con la mirada, pero la niebla lo impedía. Barredo seguía a los suyo, regulando perfectamente sus energías. La etapa no podía escaparse. Nibali encabezaba el grupo de los elegidos sabiendo que el gallego no andaba muy lejos. Joaquím Rodríguez dejaba toda la responsabilidad para el maillot rojo. Hoy tocaba guardar fuerzas.


En la meta, Barredo conseguía la gloria que le negó el Tour. La niebla no dejaba ver los Lagos de Enol. No importaba. Seguro que nunca le había parecido tan hermoso aquel lugar. Mosquera arañaba unos segundos importantes para el podio y Nibali entraba en compañía Purito, sabedor de haber superado una prueba importante. Hoy se presenta un nuevo final en alto, Cotobello. Le avalan buenas referencias. Que no nos defraude.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Resignado a su destino


Marchaba tranquilo Igor Antón, rodeado por sus compañeros del Euskaltel, en la cabeza del pelotón. Seguramente, con la mente puesta ya en el repecho de Peña Cabarga. Haciendo cálculos para administrar las fuerzas durante la subida. Mirando de reojo a sus rivales: Nibali, Purito y Mosquera. Pensando quien sería el encargado de dar el primer paso o sí darlo él mismo. Carretera en estado óptimo y una larga recta. Faltaban 6 kilómetros para la meta.


De repente, un bache y al suelo. Un fuerte golpe y varios metros arrastrándose por el asfalto. El cuerpo lleno de cortes y ensangrentado. El maillot rojo hecho trizas, como si un oso se hubiera liado a zarpazos. Un intenso dolor en el codo. Final de trayecto. Adiós a la Vuelta. El propio Igor parecía resignado a su mala suerte. Ni un gesto de rabia, ni una mueca de desesperación. Como si estuviera avisado de que aquí terminaba su historia.


Al igual que en 2008 bajando El Cordal, cuando ya apuntaba al podio, una caída ha dejado fuera de combate al vasco. En el pelotón nadie preguntó ni se hizo amago alguno de esperar. La desaparición del líder se asumió con total naturalidad. La carrera ya estaba lanzada. Vincenzo Nibali asumió la responsabilidad como virtual maillot rojo y puso a sus compañeros de equipo en las primeras posiciones.


Los hombres del Liquigas marcaban el ritmo deseado por “El Tiburón”, que ya asomaba la aleta. Otros como Joaquím Rodríguez y Ezequiel Mosquera, parecían expectantes. Que sean otros los que abran fuego. Nibali no tardó en soltar su hachazo con doble intención: etapa y liderato (físico y psicológico). El italiano cogía unos metros de ventaja. Insuficientes.


Arrancó Purito, mucho más frío y calculador que en Andorra. Esta vez no estaba dispuesto a quedarse sin gasolina. En el mismo instante en que daba caza al “escualo”, se sintió ligero y entero. Órdago a la grande y ajustició a Nibali. La etapa tenía que ser suya. Las bonificaciones serían las encargadas de escoger al heredero del desafortunado maillot rojo.


El del Katusha fue el primero en divisar la meta. Cuatro segundos inclinaron la balanza a favor de Nibali, el nuevo capo de la carrera. El voluntarioso Mosquera volvía a rozar la victoria pero ya huele a podio. Mientras tanto, Antón ya viajaba en coche al hospital. La Vuelta pierde a uno de sus más claros aspirantes. Ahora el italiano tiene la sartén por el mango. Serán los nuestros los encargados de evitar que “La roja” ponga rumbo al país transalpino. Hoy segunda parte del “tríptico cantábrico”. Llegan Los Lagos. Lugar sagrado y tumba de muchas ilusiones.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Momentos épicos: un cordero con piel de lobo


En el ciclismo la gloria es algo reservado solamente para los elegidos, los jefes de filas. Ocho corredores dejándose la piel, únicamente, en beneficio de su líder. Solamente aspiran a la satisfacción por el trabajo bien hecho. Los más afortunados, algún triunfo de etapa. Isidro Nozal Vega era uno de esos “currantes” destinados a pasar con más pena que gloria. Sin embargo, la Vuelta a España de 2003 tenía reservado un papel especial para él.


Corría en la ONCE, bajo las órdenes de Manolo Saíz. Buen contrarrelojista y rodador. Una sola victoria “adornaba” su palmarés (etapa en la Clásica de Alcobendas 2002). Como buen gregario tenía la misión de arropar a su líder Igor González de Galdeano. En la 4ª etapa con final en Burgos, Isidro se colaba en la escapada buena y al final de la jornada se convertía en el nuevo maillot oro. Todo un premio para un corredor tan modesto.


Era un liderato provisional. Estaría en su poder hasta que su jefe u otro lo considerara oportuno. Dos días más tarde se imponía en la crono de Zaragoza. Otro premio. Un día más vestido de oro. Aquello era engordar para morir. 24 horas después llegaba la montaña. Final en Pla de Beret. Igor González atravesaba dificultades. Nozal, como buen escudero, permaneció a su lado y no dudó en vaciarse por él en lugar de jugar sus cartas como líder de la general. Con Igor más recuperado, el bueno de Isidro sacó fuerzas de flaqueza y mantuvo el liderato por unos segundos. Chapeau.


Muchos criticaron la decisión de Saíz de poner a trabajar al maillot oro en favor de Igor. El vasco, afincado en Guriezo (Cantabria) zanjaba la polémica: “Yo estoy para ayudarle”. Las sensaciones eran inmejorables y se confirmaron en la contrarreloj de Albacete. Otra victoria. Esta vez con distinto significado. Igor González no estaba al nivel esperado y perdía buena parte de sus opciones. En la meta, la imagen de la carrera: Isidro rompe a llorar en los brazos de Manolo Saíz, debido a la tensión acumulada durante estos días o tal vez, por la enorme responsabilidad que se le venía encima. No era un sueño. Podía ganar la Vuelta.


Cambio de planes en la ONCE. Todos con Isidro. Había que llevarle en volandas hasta Madrid. Con pundonor y la ayuda de sus compañeros Nozal pasó La Pandera y Sierra Nevada. Tenía que administrar su ventaja en torno a los dos minutos, pero había dos inconvenientes. La temida tercera semana se le estaba haciendo larga; el otro se llamaba Roberto Heras. El bejarano, pletórico, no dejaba de recortar diferencias. Subiendo Navacerrada volvió a tensar la cuerda e Isidro no pudo seguirle. La cara de sufrimiento le delataba. Su depósito entraba en la reserva. La gran labor del equipo consiguió minimizar las pérdidas en la meta, salvando el liderato. Pero quedaba la cronoescalada a Abantos. Allí estarían los dos solos. Sin ayudas. Uno frente al otro.


Heras arrancaba desde la rampa de salida de El Escorial, dispuesto a devorar cada uno de los kilómetros de la subida a Abantos y los segundos que le separaban de la victoria. Un minuto después lo hacía Nozal. Sin fuerzas. Totalmente desbordado por la situación. Aquellos 11 kilómetros fueron, sin lugar a dudas la etapa más larga de su vida. La cima cada vez parecía más lejos, las ruedas no avanzaban, la bicicleta y el maillot pesaban siete veces más de lo normal. Se vació. Defendió el liderato hasta el final, más con el corazón que con la cabeza.


A 3 kilómetros de la llegada el tiempo ya corría a favor de Heras. Al final fueron 28 segundos. Cuando Nozal cruzó la meta seguro que estaba triste por haber perdido, pero por otra parte se sentía aliviado. Todo había terminado. Ahora podría volver a su status de gregario. Fueron 16 jornadas vestido con el maillot oro. 16 días estresantes. Pero, al mismo tiempo, maravillosos. Durante aquella Vuelta se sintió campeón. Uno de los elegidos. Y eso es algo que nunca olvidará.