jueves, 15 de julio de 2010

Momentos épicos: Chiapucci, el insurrecto


Grandes cabalgadas. Recorrer kilómetros y kilómetros en solitario. Más de cinco horas de escapada sobre la bicicleta, sin importar el mañana. Hombres valientes, sin miedo a desfallecer, dispuestos a morir en el intento. Llevar el cuerpo más allá de sus límites. Todo ello bajo un sol abrasador, sobre el asfalto derretido. El escenario idóneo para la épica. Es el Tour de Francia, por eso atrae a tanta gente.

Tour de Francia de 1992. 13ª etapa: Saint-Gervais-Sestriere. 254 kilómetros con cinco puertos para echarse a temblar. El líder era el francés Pascal Lino, pero su liderato era pasajero. Aún estaba presente la “masacre” de Miguel Induráin en la contrarreloj de Luxemburgo, donde completa los 64 kilómetros a más de 49 km/h de media. Allí es bautizado como “El Extraterrestre”. Les saca a todos más de tres minutos. Todos los ciclistas parecían rendirse al poderío del navarro, excepto uno: Claudio Chiapucci.


El segundo clasificado de las dos ediciones anteriores había marcado esa etapa en su hoja de ruta. La jornada finalizaba en territorio italiano, su casa, y eso le motivaba aún más. Chiapucci atacó a los pocos kilómetros de darse la salida. Nadie daba crédito ante tal insensatez. En su escapada le acompañaban varios corredores que más tarde irán quedándose por el camino. Suben el primer puerto del día: el Col de Saissies. El pelotón rodaba tranquilo a más de un minuto.


A continuación afrontan el Cormet de Roseland. Claudio era el líder de la montaña, el maillot de lunares rojos. Todavía llevaba puesto el casco (entonces no era obligatorio), estaba dispuesto a arriesgar también en los descensos. Algunos como Pedro Delgado, cuentan que no daban un duro por el italiano, pensaban que era hombre muerto, que tarde o temprano le alcanzarían totalmente desfallecido.


El grupo de cabeza coronaba el Roseland con tres minutos de adelanto sobre el grupo de Induráin, el cual no parecía preocupado. Siguiente ascensión: el Iseran (el techo del Tour con sus 2.700 metros de altitud) y Chiapucci aumenta el ritmo, nadie puede seguirle. “El Diablo”, en solitario, se crecía con el paso de los kilómetros. Cuenta la leyenda que aquel día Claudio se hizo todas sus necesidades encima, en el culotte. Nada le detendría.


Subiendo Mont-Cenis, la locura del italiano comenzaba a cobrar sentido. Se había quitado el casco y ya era el maillot amarillo virtual. Su objetivo ya no se limitaba ganar la etapa, ahora iba a por el Tour. Todo o nada. Miguel Induráin y Gianni Bugno, compatriota de Chiapucci, comenzaban a despertar de su letargo. Pero Claudio no parecía flaquear, era un hombre que no cedía, era incombustible. Las diferencias ya eran alarmantes, rondando los cuatro minutos. El líder, Pascal Lino, arrojaba la toalla.


Quedaba la última ascensión: Sestriere. Por primera vez, Chiapucci parecía acusar el tremendo esfuerzo realizado, pero allí estaban los tifosi, su gente, para llevarle hasta la cima. Por detrás, Induráin había metido la directa y se había deshecho de Bugno. El español comenzaba a recortar diferencias a pasos agigantados, cada pedalada le acercaba aún más a su objetivo. Si seguía con esa progresión acabaría alcanzando a Claudio, el cual cada vez parecía más demacrado, sin aliento.


Pero “El Diablo” iba a sacar fuerzas de flaqueza, no estaba dispuesto a morir en la orilla. En los kilómetros finales se vino arriba, abriéndose paso entre la multitud que había acudido a Sestriere. Los últimos metros los recorrió alzando el puño y llorando de alegría, era totalmente consciente de la hazaña que estaba protagonizando. Los italianos se volvían locos.


Por fin llegaba a la meta con los brazos en alto. Victoria. A casi dos minutos entraba Induráin, sufriendo un ligero desfallecimiento. El navarro era el nuevo líder y Chiapucci se colocaba segundo. Pero eso a Claudio no le importaba, su gesta había pasado a la historia del Tour de Francia y eso significaba más que el maillot amarillo. “El Diablo” ya era eterno.

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