jueves, 22 de julio de 2010

Amigos para siempre


A estas horas muchos pensarán, decepcionados, que Contador debió vencer en la cima del Tourmalet. Otros, en cambio, opinarán que hizo lo correcto: dejarse ganar, como tantas veces hizo Induráin. Nunca se pondrán de acuerdo, al igual que con el incidente de la cadena en el Balés. Lo único claro, con la gloria o no de la etapa, es que Alberto tiene más de medio Tour en el bolsillo y sólo una hecatombe podrá hacer que lo pierda.

Era el día esperado por todos los aficionados, el caramelo más dulce. Por eso esta vez no hubo concesiones. Se formó una escapada, pero detrás se cocinaba el Tour. Estaba en juego el maillot amarillo y el premio incluía la victoria parcial. A la trascendencia de la etapa, se sumaron dos ingredientes especiales que otorgaban mayor épica: la lluvia y la niebla en la cima de los puertos.


Por el camino vimos el enésimo intento de Carlos Sastre en busca de la gloria y un susto monumental: Samuel Sánchez se fue al suelo y por unos instantes se temió por su continuidad en carrera. Por suerte, los ciclistas están hechos de otra pasta y el líder de Euskaltel se reincorporó a la carrera. Así se llegó al pie del Col du Tourmalet. Con el pelotón pisando los talones de los fugados. Sólo el campeón ruso, Kolobnev, oponía resistencia.


Saxo Bank marcaba el ritmo. Contador a rueda de su gran rival: “cuando tú quieras, Andy”. El luxemburgués no tardó en atacar, se sentía pletórico. Tras él, el sólido líder dispuesto a no ceder lo más mínimo. Un voluntarioso Joaquim Rodríguez intentó agarrarse a la dupla, pero tuvo que desistir, aquello era una locura, el aspirante había metido el “turbo”. La niebla comenzaba a apoderarse de la escena. Los dos amigos y adversarios solos, frente a frente, en la montaña.


Schleck se propuso marcar un ritmo axfisiante, constante, sin mirar atrás. Contador tenía que caer por agotamiento. Quedaban diez kilómetros para la meta, suficiente distancia para ganar el Tour. De vez en cuando, subía un puntito más la velocidad, pero el madrileño respondía a la perfección. Cualquier signo de debilidad, por pequeño que fuese, daría alas al maillot blanco, dispuesto a hacer saltar la banca. Al rato, Andy comenzó a hacer gestos con la cabeza, invitando a su rival a coger el relevo. Pero Alberto no quería saber nada, ni siquiera le miraba. Era una guerra psicológica.


A tres kilómetros del final, el de Pinto lanzó su único ataque, tal vez con la intención de aplacar al menor de los Schleck y que desistiera en su ofensiva. Los dos se presentaron en la cima del Tourmalet, majestuoso, abarrotado de público. Ganó Andy, con el beneplácito de Contador. A lo mejor pensaba en cerrar definitivamente la herida del día de la cadena (si es que estaba obligado), templar los ánimos y los pitos en el podio o simplemente le pareció que disputar y ganar la etapa no era de caballeros. Sea como sea, la tercera corona en París está más cerca. Sólo son tres días.

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