Cuenta la leyenda que en la París-Niza de 1971 rodaban Ocaña y Merckx, los dos juntos, cuando el belga se puso a silbar. El español se acercó y le dijo: “Silba ahora que puedes. Llegarán días en que no puedas hacerlo. Yo me encargaré de que esos días lleguen”. Así era Luis Ocaña. Ante todo un ciclista valiente, temperamental y visceral. Siempre al ataque. El segundo español en conquistar el Tour de Francia (1973). Ocaña debió ganar otro Tour, el del 71. Pero la diosa Fortuna se lo arrebató.
En los años setenta el ciclismo vivía bajo la dictadura de Eddy Merckx, “El Caníbal”. Para muchos el mejor ciclista de todos los tiempos. Un hombre con una ambición infinita, sin ninguna concesión y que ganaba todo lo que se proponía. Todos temían al belga, nadie se atrevía a toserle, excepto Ocaña. El “español de Mont Marsan”, nacido en Priego (Cuenca), sabía como derrotarle: “Para ganar a Merckx hay que atacar todo el tiempo y hacer la carrera dura”.
Dicho y hecho. Luis Ocaña planteó el Tour del 71 como una ofensiva total sobre el campeón belga. Atacó en todos los terrenos, sin descanso. Su coraje y su vehemencia alcanzaron aquel año límites insospechados. En los Alpes llegó su gran oportunidad. La etapa que terminaba en Orcières-Merlette, pasó a la historia como el día en que el español “noqueó” a Merckx. Ocaña, imparable, destrozó al belga con un ataque demoledor, metiéndole 8:42 en la meta. Era la primera gran derrota de “El Caníbal” Luis era el nuevo maillot amarillo y todos coincidían en que era el hombre más fuerte de la carrera.
Pero Merckx no se iba a rendir, ni mucho menos. Su orgullo de campeón estaba herido y eso le hacía más peligroso. Al día siguiente, camino de Marsella atacó en un descenso. La contrarreloj de Albi era otra oportunidad para reducir diferencias con Ocaña. Pero el maillot amarillo estaba inconmensurable, no cedía lo más mínimo. Aunque todavía quedaban los Pirineos, sólo una catástrofe podía impedir su victoria.
14ª etapa entre Revel y Luchon. Eddy Merckx intentaba por todos los medios descolgar a Ocaña. Una gran tormenta sacudía a los ciclistas. El descenso del col de Menté se convirtió en un río de de agua y barro. Merckx se lanzaba a tumba abierta, el maillot amarillo tras él. En una curva los dos se salen, el español cae al suelo. Cuando intentaba reanudar la marcha, Joop Zoetemelk, que había perdido el control, se lo lleva por delante. Ocaña ya no se volvió a levantar. El maillot amarillo quedó tendido dn la cuneta, roto, retorciéndose de dolor sobre aquel manto arcilloso.
Mientras Luis Ocaña era trasladado al hospital, Eddy Merckx llegaba a la meta de Luchon, algunos desconsiderados le lanzaron piedras en el Portillon. A la mañana siguiente, el belga se negó a llevar el maillot amarillo en señal de respeto: “No me pertenece, habría preferido quedar segundo después de una dura batalla, que ganar en estas condiciones. Será una victoria manchada para siempre”. Habían sido necesarias una tormenta y una dosis de mala suerte para tumbar a Ocaña.
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