jueves, 2 de septiembre de 2010

La última escapada de "El Profesor"


Lo suyo fue una aparición prematura. Ahora se marcha de la misma forma. Nos ha dejado Laurent Fignon. Uno de los grandes campeones de los últimos años. Un cáncer intestinal se ha llevado para siempre al parisino, a los 50 años de edad. El mundo del ciclismo llora la pérdida de un personaje carismático como pocos. Porque el francés no dejaba indiferente a nadie, ni siquiera en su propio país, donde unos le idolatraban y otros le odiaban.

Una larga melena rubia, recogida con una coleta. Unas lentes correctoras con forma circular, las cuales le dieron el apodo de Le professeur (el profesor) por su aspecto de intelectual. Con ese “look” camuflaba el gran corredor que llevaba en su interior. Porque Fignon era ciclista de los pies a la cabeza. De los que ya no quedan. Genial, imprevisible, temperamental, irrepetible. Sobran los adjetivos para describir una personalidad arrolladora. Soberbio y orgulloso, como tantos campeones.


Los españoles conocimos a Fignon en la Vuelta del 83, donde fue cómplice de la victoria de su compatriota y jefe de filas, Bernard Hinault. “El tejón” sufrió lo indecible para vencer y no pudo participar en el Tour de Francia. Allí acudió Laurent, debutando con sólo 22 años. En la ronda gala se las vio con uno de sus grandes rivales, Pedro Delgado. Otro que descubría la gran carrera por etapas. Un lugar tan especial, como Alpe d´Huez, fue testigo de cómo se vistió de amarillo por primera vez. Fue coronado en París como el sucesor de Hinault. Una irrupción tan brutal como inesperada.


Al año siguiente volvió al Tour y arrasó con todo. Enrabietado por su segundo puesto en el Giro de Italia (aseguraba que le habían robado la victoria). Se llevó cinco etapas y la general, machacando a sus rivales en todos los terrenos. Incontestable. Ni siquiera tuvo piedad de su antiguo jefe, Bernard Hinault (segundo, a más de diez minutos), al que infringió una de las pocas derrotas de su carrera. Probablemente, la más severa. Con su director, Cyrille Guimard, formaba un tandém perfecto. Los dos eran ganadores y ambiciosos. El propio Fignon afirmaba: “con Hinault, Cyrille se encontró a un campeón; conmigo hizo un campeón”.


No era especialista en ninguna modalidad, pero con su talento y su raza era capaz de ganar allí donde se lo propusiera. Brillaba en carreras de tres semanas y también en las clásicas. Dos Milán-San Remo y una Flecha Valona figuran en su palmarés. Un auténtico todoterreno. Algunos de sus coetáneos, coinciden en que una de las grandes virtudes que poseía, era la de generar una sensación constante de “inseguridad” en carrera. Cualquier sitio era idóneo para lanzar una ofensiva. Atacaba hasta en los avituallamientos. Un verdadero dolor de muelas.


Las lesiones, sobretodo en una rodilla, le impidieron disputar el Tour en 1985 y en plenitud de condiciones los años siguientes. Además, un positivo por anfetaminas en 1987, dejó una mancha en su historial. En ocasiones, le perdía su fuerte carácter, cada vez que hablaba se ganaba algún enemigo. Todos recordamos el escupitajo a la cámara de Televisión Española.


Volvió a la senda del triunfo en 1989, adjudicándose la Milán-San Remo y el Giro de Italia, vengando así su derrota cinco años atrás. El gran Fignon había vuelto. Pero el destino le tenía reservada una mala jugada. Una derrota dolorosa y cruel como ninguna. La del Tour de Francia del 89. En la última etapa, una contrarreloj individual en París, su casa. Fignon era líder con una renta de 50 segundos sobre el norteamericano Greg LeMond. Parecía una ventaja suficiente. En aquellos 25 kilómetros, el francés perdió el Tour por sólo ocho segundos, la menor diferencia de la historia de la carrera. Aquel batacazo le marcó para siempre y supuso la ruptura definitiva con Cyrille Guimard.


En 1993 colgó la bicicleta. Antes de marcharse, dejó su última huella en el Tour de aquel año. Escribió su propio epitafio. Una victoria en el Col de la Bonette-Restefonds, el techo de la carrera (2.802 metros). En los últimos años se le vio como comentarista en France 2. Tuve la suerte de encontrar aquello para lo que estaba dotado y poder vivir de ello, aunque nunca estaré satisfecho. Habría querido ser campeón del mundo, ganar más Tours, más clásicas, pero viví años fantásticos”, confesaba al echar la vista atrás.


En 2009, coincidiendo con la publicación de su libro “Nous étions jeunes et insouciants” (Cuando éramos jóvenes y despreocupados), reveló que padecía cáncer de páncreas. “Maldigo mi enfermedad. Es mi cuerpo contra mí y no puedo aceptarlo”, dijo en una de sus últimas entrevistas”. A las 12:30 del martes 31 de agosto, se escapó por última vez, la definitiva. Como siempre, de forma precoz. Seguramente, a más de uno le cogió desprevenido, al igual que en la carretera.

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