En el ciclismo la gloria es algo reservado solamente para los elegidos, los jefes de filas. Ocho corredores dejándose la piel, únicamente, en beneficio de su líder. Solamente aspiran a la satisfacción por el trabajo bien hecho. Los más afortunados, algún triunfo de etapa. Isidro Nozal Vega era uno de esos “currantes” destinados a pasar con más pena que gloria. Sin embargo, la Vuelta a España de 2003 tenía reservado un papel especial para él.
Corría en la ONCE, bajo las órdenes de Manolo Saíz. Buen contrarrelojista y rodador. Una sola victoria “adornaba” su palmarés (etapa en la Clásica de Alcobendas 2002). Como buen gregario tenía la misión de arropar a su líder Igor González de Galdeano. En la 4ª etapa con final en Burgos, Isidro se colaba en la escapada buena y al final de la jornada se convertía en el nuevo maillot oro. Todo un premio para un corredor tan modesto.
Era un liderato provisional. Estaría en su poder hasta que su jefe u otro lo considerara oportuno. Dos días más tarde se imponía en la crono de Zaragoza. Otro premio. Un día más vestido de oro. Aquello era engordar para morir. 24 horas después llegaba la montaña. Final en Pla de Beret. Igor González atravesaba dificultades. Nozal, como buen escudero, permaneció a su lado y no dudó en vaciarse por él en lugar de jugar sus cartas como líder de la general. Con Igor más recuperado, el bueno de Isidro sacó fuerzas de flaqueza y mantuvo el liderato por unos segundos. Chapeau.
Muchos criticaron la decisión de Saíz de poner a trabajar al maillot oro en favor de Igor. El vasco, afincado en Guriezo (Cantabria) zanjaba la polémica: “Yo estoy para ayudarle”. Las sensaciones eran inmejorables y se confirmaron en la contrarreloj de Albacete. Otra victoria. Esta vez con distinto significado. Igor González no estaba al nivel esperado y perdía buena parte de sus opciones. En la meta, la imagen de la carrera: Isidro rompe a llorar en los brazos de Manolo Saíz, debido a la tensión acumulada durante estos días o tal vez, por la enorme responsabilidad que se le venía encima. No era un sueño. Podía ganar la Vuelta.
Cambio de planes en la ONCE. Todos con Isidro. Había que llevarle en volandas hasta Madrid. Con pundonor y la ayuda de sus compañeros Nozal pasó La Pandera y Sierra Nevada. Tenía que administrar su ventaja en torno a los dos minutos, pero había dos inconvenientes. La temida tercera semana se le estaba haciendo larga; el otro se llamaba Roberto Heras. El bejarano, pletórico, no dejaba de recortar diferencias. Subiendo Navacerrada volvió a tensar la cuerda e Isidro no pudo seguirle. La cara de sufrimiento le delataba. Su depósito entraba en la reserva. La gran labor del equipo consiguió minimizar las pérdidas en la meta, salvando el liderato. Pero quedaba la cronoescalada a Abantos. Allí estarían los dos solos. Sin ayudas. Uno frente al otro.
Heras arrancaba desde la rampa de salida de El Escorial, dispuesto a devorar cada uno de los kilómetros de la subida a Abantos y los segundos que le separaban de la victoria. Un minuto después lo hacía Nozal. Sin fuerzas. Totalmente desbordado por la situación. Aquellos 11 kilómetros fueron, sin lugar a dudas la etapa más larga de su vida. La cima cada vez parecía más lejos, las ruedas no avanzaban, la bicicleta y el maillot pesaban siete veces más de lo normal. Se vació. Defendió el liderato hasta el final, más con el corazón que con la cabeza.
A 3 kilómetros de la llegada el tiempo ya corría a favor de Heras. Al final fueron 28 segundos. Cuando Nozal cruzó la meta seguro que estaba triste por haber perdido, pero por otra parte se sentía aliviado. Todo había terminado. Ahora podría volver a su status de gregario. Fueron 16 jornadas vestido con el maillot oro. 16 días estresantes. Pero, al mismo tiempo, maravillosos. Durante aquella Vuelta se sintió campeón. Uno de los elegidos. Y eso es algo que nunca olvidará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario