lunes, 5 de abril de 2010

Abebe Bikila, la leyenda de los pies descalzos

Domingo 21 de marzo de 2010. Maratón de Roma. El atleta etíope Siraj Gena, marcha en solitario a la cabeza de la prueba y se dispone a ser el ganador. A falta de 500 metros para la meta, se detiene para sorpresa de los asistentes. Se quita las zapatillas y reemprende la marcha. Recorre descalzo la distancia que le separa de la meta y entra vencedor. El gesto de Gena podría ser una mera anécdota, una forma curiosa de celebrar su victoria, pero no lo es. Lo que este atleta hizo, fue rendir un homenaje a un compatriota, al mejor maratoniano de todos los tiempos: Abebe Bikila.

Mamo Wolde, Miruts Yifter, Haile Gebrselassie, Derartu Tulu, Tirunesh Dibaba y Kenenisa Bekele, son algunos de los grandes atletas etíopes de la historia. Sin embargo, todos deben gran parte de sus éxitos a Abebe Bikila, el primer atleta africano en conseguir un oro olímpico. Él fue el pionero. El encargado de romper el muro, de abrir el camino para todo un continente.

La historia de este atleta comienza el 7 de agosto de 1932, fecha en la que nació, en Mout, una pequeña región de Etiopía. Criado en una familia humilde, a los 20 años ingresa en la Guardia Imperial, una salida fácil para conseguir el sustento diario. Fue allí donde el joven Bikila, comenzó a demostrar sus dotes como atleta, a pesar de que nunca había participado en una carrera. El momento clave para el inicio de su carrera deportiva, fue cuando vio a un grupo de deportistas, con la palabra “Etiopía” impresa en la espalda. Eran atletas del equipo olímpico de Etiopía. Desde ese momento, Abebe, quiso ser uno de ellos.

En los Juegos Olímpicos de Roma de 1960, Abebe Bikila iba a cumplir su sueño de representar a Etiopía en unas Olimpiadas. A su llegada a la capital italiana, Bikila era un auténtico desconocido. Se presentó en la salida de la maratón con los pies descalzos, ante el asombro del público. Al parecer, no se encontraba cómodo con las zapatillas suministradas por el patrocinador del equipo etíope, por lo que decidió correr sin calzado los 42 kilómetros y 195 metros. Al fin y al cabo, así se entrenaba en su propio país.

La carrera comenzó a última hora de la tarde, con el fin de evitar las altas temperaturas del mes de agosto en Roma. A mitad de recorrido, Bikila marchaba en el grupo de cabeza, comandado por el gran favorito: el marroquí Rhadi Ben Abdesselam. Los dos africanos no tardarían en quedarse solos, en un duelo apasionante. Entrada la noche, los dos atletas corrían por la Via Appia romana, flanqueados a ambos lados por antorchas portadas por guardias italianos, creando así una atmósfera espectral. En las piernas de Abebe, se concentraba el orgullo de todo un pueblo.


El último kilómetro de la carrera, coincidía con el paso por el Obelisco de Axum, monumento etíope expoliado por las tropas italianas 23 años atrás, durante la Segunda Guerra Italo Abisinia. Fue en ese mismo punto, donde Abebe Bikila lanzó su ataque definitivo. Abdesselam no pudo seguir al etíope, el cual entró en primer lugar con un tiempo de 2 horas, 15 minutos y 16 segundos (mejor marca de todos los tiempos en aquel momento). Bikila se convertía en el primer africano que ganaba un oro olímpico.
La justicia poética quiso que la meta estuviera situada bajo el Arco de Constantino, lugar desde donde partieron las tropas de Mussolini en 1935, para conquistar Etiopía. No existía un escenario mejor para coronarse como vencedor.

A su llegada a Etiopía, Bikila fue recibido como un héroe. Su victoria, cargada de un gran valor simbólico, había sobrepasado los límites de lo estrictamente deportivo. Su victoria representaba la lucha de un país. Para muchos Abebe era el etíope que había “conquistado” Roma. Fue ascendido a sargento y recibió un anillo de diamantes. A cambio, el Emperador Haile Selassie, se quedó con la histórica medalla de oro. Sin embargo, no todo iba a ser buenas noticias. Etiopía no era un país estable y Bikila, como miembro de la Guardia Imperial, se vio involucrado en un intento fallido de golpe de estado contra el Emperador. Fue condenado a morir en la horca, pero finalmente el Emperador amnistió al héroe nacional.

Llegó el año 1964 y con él los JJ.OO. de Tokio. Abebe Bikila se preparaba para defender su título olímpico. A seis semanas de la competición, sufrió un ataque de apendicitis y tuvo que ser operado. Abebe llegaba a Tokio, bastante debilitado y con sus planes de entrenamiento trastocados. Todos le daban por muerto, pero Bikila iba a resurgir de sus cenizas. Volvió a vencer en la maratón (esta vez con zapatillas). El mundo entero no salía de su asombro, había corrido más deprisa que en Roma, cuatro años atrás. Detuvo el cronómetro en 2 horas, 12 minutos y 11 segundos (nuevo record mundial), aventajando en más de 4 minutos al segundo clasificado. Bikila se convertía en el único maratoniano que vencía en dos olimpiadas consecutivas, hasta la fecha.

La suerte no le acompañaría en las Olimpiadas de Mexico, en 1968. Una fisura en el pie y problemas de adaptación a la altitud le hicieron abandonar en el kilómetro 17 de la prueba. Para consuelo de Abebe, su compatriota Mamo Wolde consiguió la victoria.

La carrera deportiva de Bikila parecía enfilar su recta final, un final que se precipitó en 1969, cuando un grave accidente de tráfico le dejó paralítico. En los años siguientes, Abebe luchó por recuperarse de sus graves lesiones. Acudió a los JJ.OO. de Munich en 1972, como técnico del equipo etíope. El estadio Olímpico le brindó una gran ovación en los que iban a ser sus últimos Juegos. Un año después, el 25 de octubre de 1973, fallecía a los 41 años de un derrame cerebral. Toda la nación salió a la calle para despedir a su ídolo. El estadio de la capital, Addis Abeba, fue bautizado con su nombre y el Emperador le concedió el mayor título honorífico de Etiopía, el de “Ato”.

Casi 27 años después de su muerte, muchos recuerdan al “campeón de los pies descalzos” y coinciden en que como él no ha habido otro igual. Bikila se marchó dejando un importante legado: abrir el atletismo a todo el continente africano. Su aparición marcó un antes y un después en la historia de este deporte.

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